*Aquí podemos leer la historia contemporánea del libro, algunas de las más extraordinarias anécdotas de los grandes grupos editoriales.
Rodolfo Mendoza
El libro, ha dicho Borges, es el único instrumento del hombre que sirve para extender la memoria, para perpetuarla. El libro, ha dicho Manguel, es la única herramienta que tiene el hombre para ser libre. El libro, cualquiera que sea la acepción que le demos, no sólo es un instrumento o una herramienta, sino que se ha vuelto un objeto inherente al hombre.
Gracias al libro hemos podido inmortalizar al hombre: sus sentimientos, su época, sus anhelos y sus frustraciones. Si el lector recuerda cuáles y cuántos libros ha leído, se dará cuenta de que puede ordenar su vida a través de ellos; puede evocar tal o cual momento en relación con el libro que leyó en ese instante.
Pero, por otro lado, el libro se ha vuelto una industria: con sus estudios de mercado, sus competencias editoriales, la venta de —más que de los libros mismos— de sus autores.
Desde el siglo XV en que Gutenberg nos regalara la imprenta, el libro pasó a ser un objeto de oferta-venta, de coleccionistas, de avaros, bibliómanos y bibliófilos.
Mucho se ha escrito, ya hablando en el terreno meramente literario, sobre el libro. En un cuento gótico del siglo XIX, en la novela cervantistas, en innumerables poemas y en incontables ensayos. Autores de todos los idiomas han cantado al libro loas que lo hacen un instrumento casi celeste, angélico.
Pero del libro desde la perspectiva en que nos los pide André Schiffrin: como empresa editorial. En un primer volumen publicado hace un par de años por la editorial mexicana ERA (una empresa en sí misma insoslayable dentro del ámbito editorial en México), La edición sin editores, el autor meditaba sobre el pasado del libro, el presente y el probable futuro; de cómo las grandes empresas editoriales-mercantiles, regían la oferta y el mercado del libro.
André Schiffrin, hijo del célebre fundador de la imprescindible colección Pléiade, fue un hombre dedicado al libro. Dirigió la editorial norteamericana Pantheon Books por treinta años. Gracias a él muchos de los ahora necesarios autores norteamericanos dieron a la imprenta sus primeros libros; pero no sólo eso, sino que por treinta años introdujo a los lectores estadounidenses el pensamiento europeo de primera línea: Sastre y su mujer Simone de Beauvoir, Foucault y Grass, por mencionar sólo a algunos. La labor de Schiffrin estaba comprometida con los libros, no sólo con el mercado. Cuando el enorme grupo Bertelsmann adquirió Pantheon, él fue despedido por no convenir a los intereses exclusivamente mercantiles de sus nuevos patrones y salió para fundar otra ahora importante empresa: The New Press, en la que siguió dando a conocer a los lectores norteamericanos ya no sólo autores europeos, sino latinoamericanos.
En El control de la palabra de André Schiffrin, podemos leer la historia contemporánea del libro, algunas de las más extraordinarias anécdotas de los grandes grupos editoriales: de cómo se oferta la venta de una editorial, de la importancia de su catálogo, de los libros que por alguna u otra razón quedan descontinuados de esos catálogos y por eso se vuelven reliquias imposibles de conseguir.
El control de la palabra de André Schiffrin es un libro de referencia insustituible para comprender la transformación del libro en nuestro siglo XXI.