*Desde que se entra en la Catedral Metropolitana de la ciudad de Puebla se perfila al fondo una suerte de horizonte celeste, como si existiera un amanecer permanente dentro de la iglesia.
Anselmo Betancourt
Puebla, Pue.- Cuando los visitantes se adentran poco a poco al corazón de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de Puebla, el asombro invade todos sus sentidos al acercarse al Altar principal, una estructura de 17 metros de alto colmada de arte.
Los materiales son propios de la región pero, sobre todo, de un lugar espiritual, seleccionados de los mejores mármoles de Tecali, bronce, latón y madera de cedro en las criptas, estuco, en fin, materiales que han perdurado a través de los años.
Quizá la Catedral, el Altar, sea el único espacio en toda la ciudad que el tiempo pasa a un segundo plano, que se detiene o que no transcurre; todo se convierte en espacio, un espacio celeste, angélico, fuera del mundanal ruido, y lleno de un silencio divino.
Y desde que se entra en la Catedral se perfila al fondo una suerte de horizonte celeste, como si existiera un amanecer permanente dentro de la iglesia, pero, al mismo tiempo, aunque se ve al fondo, da la impresión que el altar se convierte en una suerte de cúpula que envuelve todo el espacio.
Aunque la Catedral de Puebla fue consagrada en 1649, su Altar mayor se realizó entre los años 1797 y 1818. Bajos sus pies se encontraba el sepulcro de los obispos.
Se le debe a Manuel Tolsá, director de escultura en la Academia de México, la elaboración del plano y de la maqueta del Altar. Veinte años de arduo trabajo transcurrieron para que dicha obra de arte fuera terminada.
Se cuenta que durante esos años había una gran expectación por conocer el resultado final. Se hablaba de que estaría contruido de plata, de que nadie podía verlo hasta que no estuviera acabado. Fue así como el 5 de diciembre de 1819 se dio como bendecido. No sin antes remover e inhumar los restos ahí sepultados, mismos que fueron trasladados a la cripta de los obispos.
El famoso escultor Manuel Tolsá y y el arquitecto José Manzo no fueron los únicos responsables de levantar el impresionante Altar: Pedro Patiño Ixtolinque, Pedro Pablo Lezama, José Ramírez, Manuel Camaño, Joaquín de Izunsa, Simón Salmón se encargaron, cada uno en su especialidad, de los mármoles, la obra de bronce y plata, el cincelado y el platero.
Una de las piezas que hay que destacar es la imagen de la Inmaculada Concepción de la mano de Manuel Tolsá y, por supuesto, el hermoso Ciprés, el cénit de una majestuosa obra del barroco.