Monte Alto: gratuito, salvaje y jugoso

Aníbal Santiago

Estado de México (Edomex).-  Por más que portes brújula de aguja flotante, altímetro y sextante para saber tu posición en relación con las estrellas, no te confíes. Aunque te creas equipado con los dispositivos precisos de los exploradores antiguos, este bosque mesófilo es tramposo: en una distracción puedes perderte. Cui-da-do.

Claro que en el bolsillo de tu grueso abrigo de lana podrías guardar un moderno GPS para orientarte en las enigmáticas rutas de Monte Alto y evitar peligros, pero como esta reserva natural posee un aire agreste, primitivo, salvaje, dan ganas de arrojarse a la naturaleza con mucha valentía y poca tecnología, como Amundsen rumbo al Polo Norte pero en el Estado de México.

En el sendero de tierra húmeda que nace en la Unidad Deportiva del pueblo de Otumba, después de caminar un par de kilómetros entre pinos, laureles, arándanos de montaña, encinos y sentir esa inquietud de ¿dónde estoy?, ¿podré volver? y sin hallar un solo ejemplar de tu especie (el Homo sapiens), sosegarás tu taquicardia al detectar un monolito erosionado por la lluvia y el viento.

No es una roca dejada por extraterrestres, sino un anuncio que te dice dónde te encuentras. En lo alto de esa superficie hay un mapa esculpido sobre piedra, con relieve y todo, y los 15 caminos a elegir para tu expedición montañosa. Cada uno tiene un color distinto y nombres preciosos: Los Papalotes, Cruz de Caballo, El Dinosaurio, Mesa del Capulín, Circuito don Rami, Las Orquídeas, Camino Real a Acatitlán.

Después de media hora de camino silencioso, detecto a lo lejos a una chica que camina junto a su pequeña Schnauzer gris, Milka, que desesperada olfatea plantas, raíces, piedras, ramas, hongos y tierra, yendo y viniendo veloz, ansiosa, como a punto de cazar una suculenta ardilla escurridiza que se esconde por ahí. Como también huele flores, el polen le causa alergia y un ataque de estornudos.

De pronto, la chica se agacha. Ha descubierto, escondido en la hojarasca, un jitomate rojísimo, gordo y sedoso. Está por arrancarlo para llevárselo a la boca pero la detengo para tomarle al fruto una foto (ver abajo). Tiene hambre pero acepta. Ya solo quedará darle una limpiadita con su chamarra y ¡ñam¡ Alejandra exclama ¡jugoso! encajándole sus grandes y voraces dientes. Ni hacía falta que lo dijera: unas gotas rojas se escurren por las comisuras de sus gruesos labios y luego me convida. Fresca solidaridad entre exploradores.

Como yo soy un caminante inexperto y ella –me aclara- una senderista con experiencia en el Iztaccíhuatl, el Nevado de Toluca y el Pico de Orizaba, incluso haciendo rappel, saco mi grabadora y le pido que me describa sus sensaciones de Monte Alto. “Es un lugar medio salvaje y eso tiene su encanto. Hubo un plan comercial y turístico que no funcionó y abandonaron las cabañas”.

-¿Lo que más te gustó?

-Encontrar al tomate-, se ríe.

-¿Y los paisajes?

-La vista es lindísima. El lago de Valle de Bravo está privatizado y para verlo debes entrar a los restaurantes. O sea, consumes para ver. Aquí lo ves desde arriba y gratis.

En efecto, en Monte Alto surgen recodos vegetales de hasta 3200 metros sobre el nivel del mar que -sin obligarte a comprar una casa millonaria- te autorizan admirar lo que Alejandra llama “lago” pero que en realidad es una presa creada en 1947 con el agua del río Temascaltepec. La presa Valle de Bravo es abastecida por los mantos acuíferos de este frío monte y sus escurrimientos. Lástima que haya sido conquistada por mirreyes y otras tribus pudientes.

Tú gózala con tus ojos al natural o binoculares y, si estás perdid@, tranquilízate: cuando encuentres moviendo la cola a un precioso caballo tordillo de piel blanca sabrás que estás al lado del camino que te devolverá a la civilización. Igual, no olvides cantimplora, reloj y sombrero. De alimento no te preocupes, arranca unos jitomates.

 

 

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