*El ex convento de la Limpia Concepción construido en 1596 en la ciudad de Puebla albergó a la milagrosa monja “El Lirio de Puebla”, a quien se busca beatificar
Guadalupe Juárez
Puebla, Pue.- Se dice que en las paredes del ex convento de la Limpia Concepción vivió “El Lirio de Puebla”, una monja milagrosa que desde niña se le relacionó con sanar a las personas en vida y después de su muerte tener dones y profecías que de sus labios se hacían realidad.
A diferencia de otros templos en la ciudad trazada por los ángeles, aquí la banqueta es reducida a tal grado que sólo una persona puede pasar. El acceso del convento, como cualquier iglesia, es café oscuro y siempre cerrada, porque hay que empujar para que las llantitas de la puerta giren y puedas entrar.
Su interior no es lúgubre, sino luminoso, el blanco en sus paredes contrastan con las pinturas de estilo renacentista que cuelgan en cada rincón del lugar. Docenas de personas rezando, sentadas en las bancas, sin inmutarse cuando las llantitas rechinan y en unos segundos alguien de la calle entra al silencio apabullante de un recinto religioso.
En la esquina de la 16 de Septiembre y la 7 Poniente, frente a un cine, se encuentra el inmueble religioso de fachada azul y blanco que tapa el atardecer.
El templo fue construido en 1596 y albergó a la orden de religiosas de la Inmaculada Concepción, así como a un par de lienzos del pintor poblano Francisco Morales Van den Eyden y a los huesos de Santa Isela Mártir, extraídos de una catacumba romana contenidos en un recipiente con tierra mezclada con su sangre.
Las cúpulas de la iglesia son de talavera, con los característicos colores, blanco y azul, al igual que los tonos de su fachada e interiores.
Cuando era un convento, una joven de 19 años con un historial místico desde pequeña se convirtió en monja. Se trata de María de Jesús Tomelín y del Campo, nacida en febrero de 1579 quien desde los cinco años mostró que no era una niña normal.
Un día le dijo a su padre Sebastián de Tomelín, originario de Valladolid, España, que hablaba con su tío muerto, quien le pedía unas misas para salir del purgatorio. Su papá, incrédulo, cuestionó a la pequeña con preguntas que sólo su hermano podía saber, las que respondió con claridad.
Su fama fue tal, que en algunas crónicas de la época la describen como un ser excepcional, cuyas primeras palabras fueron “ave maría” o la vez que lloró por no poder ayudar a un mendigo y del cielo cayeron dos monedas que le entregó al pordiosero. Su papá no estaba de acuerdo con la vocación que mostraba la niña y al cumplir 15 años quiso casarla con uno de sus socios, pero ella se rehúso.
Un día pasó frente al convento de La Concepción, se detuvo y dijo que pediría un poco de agua, entró y ya no volvió a salir. Al volverse monja la gente dijo que logró sanar a cinco personas.
Murió a los 58 años de edad y ese día su cuerpo emitió un olor intenso a perfume similar al de los lirios, por lo que las monjas lo recogieron y lo usaron en la pandemia de cólera; se dice que nadie se enfermó del recinto.
Luego le atribuyeron varios milagros después de morir y en 1661 el obispo Diego Osorio de Escobar ordenó su proceso de beatificación, pero fue detenido y reactivado en el siglo XX, el cual volvió a paralizarse y se reanudó en 2021.