Diarios de Alejandra Pizarnik

*Su diario es una suerte de guión en el que va escribiendo su historia, su ética y su estética día a día.

Rodolfo Mendoza

La literatura argentina ha dado a las letras universales algunos de los autores más importantes del siglo XX. Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, sin duda, pero también Roberto Arlt, Eduardo Mallea, Manuel Mujica Lainez, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Marco Denevi, Haroldo Conti, Roberto Juarroz, Rodolfo Walsh, Manuel Puig, Juan José Saer, Antonio Porcchia, Ricardo Piglia, César Aira, por mencionar sólo a los más leídos fuera de Argentina; aunque hay decenas más de escritores dueños de una obra sólida y fecunda. Mencionamos sólo a los narradores, con excepción de Porcchia y Juarroz que alcanzaron con sus Voces y su Poesía vertical, respectivamente, las cumbres de la literatura poética. Pero hay una autora que igual escribió espléndidamente poesía, que prosa: Alejandra Pizarnik.

La Pizarnik, como todo mundo la conocía y la conoce, fue una mujer que vivió siempre un tanto atormentada por, como dijera Pavese, “el oficio de vivir”. Tuvo una vida intensa, sus amores fueron profundos, como lo fueron también sus desencantos. En la década de los sesenta vivió en Francia, a donde publicó en los diarios de la época y empezó a escribir una obra sin mayor estructura que la simple escritura. A ella debemos algunas de las mejores traducciones a nuestra lengua de autores franceses: Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé, e Yves Bonnefoy; y en honor a la verdad hay que decir que esta labor, la traducción, ha sido la menos comentada de la gran poeta.

En la obra de la Pizarnik no podemos encontrar grandes estructuras imaginativas como en Bioy, ni laberintos geniales como en Borges, ni una mayor concreción de la lengua como en Saer, ni la profundidad de Porcchia o Juarroz. No, en ella sólo se da algo de manera natural: el sentir, entendido este no como una cuestión meramente romántica sino vital. El sentimiento por la vida, por el amor, por el hombre y la mujer, por la naturaleza. O habría que decir mejor: no el sentimiento, sino el sentido. En la obra de Alejandra Pizarnik reunida por Lumen en tres tomos: Poesía completa, Prosa completa y, ahora, los Diarios, podemos ver a una escritora que escribe a través de ella. Es decir, nada queda fuera de su cuerpo ni de lo que sus sentidos le dictan. Todo en la vida, la literatura, las personas, su trabajo, los hechos sociales, en fin, todo, pasa por el tamiz de sus sentidos, más que de su mente. Su obra parece una estructura de tejidos orgánicos con vida que se transforma en letras.

Si bien todo eso lo podemos ver en su prosa y en su poesía, nos queda más claro aún en su Diario. Su diario es una suerte de guión en el que va escribiendo su historia, su ética y su estética día a día. En el Diario podemos ir viendo cómo Alejandra Pizarnik, la que vive y siente, va transformando esas vivencias, esos sentimientos y esos pensamientos en su obra.

En la entrada del 16 de junio de 1961 dice: “La conciencia no existe. Pero aún así no hay derecho a tanto irse, a tanto viaje alrededor de mí (…) Yo soy una aunque me desdoble”. Esos desdoblamientos a los que se refiere —lo descubrirá el lector en otras fechas más de este diario— son precisamente su obra, la manera en que ella desdobla su realidad en escritura.

Para desgracia de los lectores, llegado el momento, la Pizarnik ya no supo desdoblarse más y sólo encontró el envés de la vida a través del suicidio con una dosis de seconal.

Esta edición de Lumen viene a reunir la obra completa de esta imprescindible autora de la lengua española. La edición estuvo a cargo de su amiga más cercana: Ana Becciu.

La Pizarnik fue una gran voz poética, y también fue una mujer que vivió, se enamoró y sufrió, como lo hacemos todos los hombres.

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