*No estoy seguro de que exista algún viaje después de la muerte. Tampoco sé si exista paz después de ella. Lo que puedo ver, leyendo a Moch en estos días, es que le encantaba narrar y, como gato, pudo ver cosas que muchos de nosotros no podíamos ver antes de leerlo.
Rodolfo Mendoza
Hace unos días murió Jorge Moch y no pude más que recordar que hay libros que sangran, Sonrisa de gato es uno de ellos. Hay libros para los que la violencia es el aire. Sonrisa de gato de Jorge Moch lo es.
Retrato de la miseria y la corrupción humana, la novela de Moch es una suerte de estampa de los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI. Crítica al sistema, análisis de la infelicidad y radiografía de la economía son los puntos clave en la estructura de la novela del también periodista y caricaturista.
Con este y sus libros posteriores, Moch nos acostumbró a una prosa que le leíamos continuamente en La Jornada, ya sea en el periódico o en el suplemento. También desde hace décadas veíamos sus caricaturas y monos en El Milenio, dos de los diarios a donde principalmente publicó.
Quienes siguieron sus columnas (que iban del cuentos a las entrevistas, pasando por ensayos, crónicas, reseñas literarias y cinematográficas, columnas editoriales y de opinión) sabrán que la acidez y hasta la mala leche eran parte esencial en la prosa de Moch. Sin duda es uno de los narradores —al lado de Élmer Mendoza, por ejemplo— que mejor ha retratado a nuestro país: Mendoza del lado norte y Moch de la parte sur.
Sonrisa de gato de Jorge Moch es una suerte de saga personal, en la que vemos transcurrir la vida del Gato, personaje central y que da forma a la novela. El Gato, hijo de familia pudiente, tuvo una juventud romántica en la que su espíritu le marcaba educar, casi catequizar, en una de las sierras del país. De ahí se dio un paso casi natural y se convirtió en activista clandestino hasta llegar a formar parte de una de las bandas de asaltantes más peligrosas del país. Ya se sabe que muchos de los activitas políticos de ETA o de las guerrillas colombianas, salvadoreñas o bolivianas tuvieron células en México y el resto de Latinoamérica, y que asaltaban para hacerse de recursos y sostener su lucha. Así que no es de ninguna manera descabellado que el joven Gato haya pasado de activista a asaltante.
El otro personaje central que llega a darle un giro a la trama es Marcial, sobrino del Gato. Las vidas de ambos se entrecruzan, pero no azarosamente, sino como una suerte de comunión.
En una de las frases esclarecedoras de la novela se lee: “El mundo es de los tiburones, y los tiburones solamente se tienen a sí mismos y a su habilidad para despedazar”. Moch supo andar entre tiburones, se tuvo a él mismo y a su habilidad para narrar. Nosotros, sus lectores, seguiremos teniendo sus libros: Orosucio, Cenicienta, Hijos de la clepsidra, Dónde estás, Alacrán?
Moch viajó siempre hacia la oscuridad de la realidad, la narró y nos la mostró. No estoy seguro de que exista algún viaje después de la muerte. Tampoco sé si exista paz después de ella. Lo que puedo ver, leyendo a Moch en estos días, es que le encantaba narrar y, como gato, pudo ver cosas que muchos de nosotros no podíamos ver antes de leerlo.