El tránsito de lo mundano a lo divino

*En el viacrucis de la capital poblana, el primero en toda la historia de la Nueva España, se recorren calles, capillas, atrios pero, sobre todo, se recorre el camino de la fe; aquí, más que caídas, son ascensos del espíritu creyente.

Édgar Ávila Pérez

Puebla, Pue.- Angostas callejuelas, caminos empedrados, murales despintados, diminutas estructuras que nos llevan a la vieja Jerusalén. Olores a incienso, a quesadillas y a humo de microbuses forman parte de un camino que transita de lo divino a lo mundano.

Sin importar qué época del año sea, el único trayecto religioso Novohispano sigue en pie casi por completo. Al sumergirnos a un mundo surrealista debemos estar dispuestos a iniciar el recorrido el año 1606, cuando se levantó el primer viacrucis en toda la historia de la Nueva España y, al llegar a la época actual, nos encontraremos con el caos propio de una ciudad, sus ruidos, olores y colores en una sin fin de tonalidades grises.

La orden de los franciscanos -religiosos que trazaron y promovieron la construcción de las 14 estaciones emulando los mil 321 pasos que separaban al pretorio de Pilatos hasta el Monte Calvario-, jamás imaginaron que hoy ese recorrido sería un agasajo a los sentidos.

La imagen del tenebroso Jocker en unos juegos mecánicos anuncia la cercanía del Templo de San Francisco, terminado en su totalidad en 1585 y donde -cuenta la leyenda- se realizaron los primeros trazos de la Ciudad de los Ángeles. Aquí, en el templo y su atrio, inicia el viacrucis, con 13 capillas en pie, de las 14 que guiaban a Jesús.

Tres estaciones en un solo lugar: Jesús es condenado a muerte, Jesús carga con la cruz, y Jesús cae por primera vez. De la serenidad del templo pasamos a los gritos de los checadores de los microbuseros y los constantes cláxones de una transitada avenida. Sólo viviendo esto es como podemos imaginar a Jesús expulsando a los vendedores del templo: reino del caos y la espiritualidad.

Y luego adentrarse a los antiguos barrios indígenas que dieron forma a la ciudad virreinal de Puebla, a ruidosas avenidas con enjambres de vehículos, edificios repletos de burócratas o, en otro tiempo, señores feudales y a pequeños recintos donde los aromas a incienso y copal se mezclan para llevarnos a esas serpenteantes calles de la Jerusalén.

La sucesión de imágenes va desde los antojitos y quesadillas de los puestos callejeros, el despintado Mercado de El Alto con sus cocinas económicas, los gendarmes custodiando Casa Aguayo (donde los señores gobernantes se regodean), imponentes edificaciones del Siglo XVI, casas cayéndose a pedazos, murales carcomidos por el sol, autos destartalados abandonados en la vía pública y capillas con misas en ascensión al cielo.

Algunas estructuras, las más cercanas al paso de los curiosos turistas, se encuentran en perfecto estado de conservación, como la Capilla de la Macarena, que recuerda a Jesús cuando encuentra a María, su Santísima Madre; la Capilla del Cireneo, donde Simón de Cirene ayuda a llevar la Cruz de Jesús; la Capilla de la Verónica, con una pintura observando a una mujer limpiando el rostro de Jesús; y la Capilla de los Plateros, donde Jesús cae por segunda vez.

Y en condiciones no tan aptas se aprecia la Capilla de Piadosas o Plañideras, evocando a un Jesús consolando a las mujeres de Jerusalén y de ahí, en un solo cerro, los franciscanos ordenaran el resto, desde la novena estación.

La tercera caída, la Capilla del Expolio y Capilla de la Crucifixión, conocida popularmente como Capilla de los Pobres, porque fueron ellos, los pobres, quienes aportaron los materiales para su construcción.

No menos importante es la Capilla de la Expiración, con reliquias traídas desde Jerusalén, como restos del sepulcro de la Virgen María. A este sitio el Vaticano la dotó de privilegios, como la capacidad de otorgar indulgencias plenarias a las personas que crucen su puerta durante los jubileos.

El camino del viacrucis de Puebla no fue el único construido en la Nueva España, pero sí el primero de tipo arquitectónico y el único que en la actualidad conserva la mayoría de sus capillas, ahora sumergidas en una ciudad antigua, edificada con manos de indígenas tlaxcaltecas y gobernada por españoles.

En este viacrucis se recorren calles, capillas, atrios pero, sobre todo, se recorre el camino de la fe. Aquí, más que caídas, son ascensos del espíritu creyente. No sólo se avanza y se camina, sino que se asciende y se transita hacia lo más profundo de cada ser humano, de cada practicante de un fervor propio de Puebla.

 

 

 

 

 

 

 

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