Quinta Villa Flora, pedazos de historia

*La casa de más de 200 años resguarda pedazos de historia, como cuando fue fuerte en la Independencia y la Batalla del 5 de Mayo; en el pasado historias de espantos, hoy música trova

Guadalupe Juárez

Puebla, Pue.- Las paredes amarillas son un cascarón de lo que algún día fue la Quinta Villa Flora: primero un fuerte en la Independencia de México, luego en la Batalla del 5 de Mayo, después un hogar y hoy un restaurante.

El estilo virreinal se rompe cuando miras el inmueble de abajo hacia arriba, al encontrarte un edificio moderno de cuatro pisos, con paredes violetas y grandes ventanales que reflejan el azul de cielo despejado, un contraste que resalta en lo que un día fue el río San Francisco y ahora el bulevar 5 de Mayo.

En la casa de más de 200 años, todavía hay rastro de su historia. Al interior, permanecen las columnas originales, con sus arcos y hasta una chimenea de talavera, con imágenes que podrían ser del pintor Agustín Arrieta. El piso amarillo original característico de la época y una escalera que nadie puede subir, porque ya no hay un segundo piso al cual llegar.

Donde hubo una cava de vinos -hoy un cuartito oscuro, húmedo repleto de sillas y trebejos-, permanece la tumba de la hija del doctor Agustín Ochoa Amarillas. En las paredes las huellas de su dolor con una inscripción de 1828 que reza: “un intenso dolor trocó su vida de penas en fecundo manantial… Dios, con un beso la dejó dormida y la llevó a la gloria celestial”.

La Quinta Villa Flora está asociada con experiencias tenebrosas, lamentos que se escuchaban de manera recurrente por las noches, en algún momento el inmueble ocupó toda la cuadra, hasta que una parte fue expropiada para entubar el río.

Lo último que quedaba del lugar fue arrebatado en 1997, el día que la propiedad fue expropiada a la familia Ochoa por el gobierno estatal para un proyecto que nunca se hizo.

Muchos la recuerdan por sus jardines, su herrería, por su nombre que fue puesta a sugerencia de la esposa del propietario,  Flora Otero Revilla Martínez, una poeta que hablaba en su arte sobre sus hijos, recuerdos y este lugar.

Ahora el olor a café inunda el espacio, bajo los pies parte de los túneles históricos de la ciudad que conectan al Puente de Bubas, los comensales disfrutan de sus enchiladas verdes o rojas, llenas de pollo y bañadas con queso manchego derretido.

En lugar de las historias de terror, se escuchan las risas de las amigas que se reúnen para almorzar, de personas que van a trabajar mientras degustan un croissant o un platón de fruta y la notas musicales por las noches de los viernes cuando suena la trova en vivo.

 

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