*A punto de cumplir su primer siglo, la cantina poblana mantiene sus bebidas emblemas, como el lomo de rana; su historia pasa por el ruso Constantino Niconoff, el español Santos Venancio y ahora por Elena Lara
Guadalupe Juárez
Puebla, Pue.- En la Mina de Plata no hay doctores, pero sus bebidas curan desde la sed de la mala, malestares estomacales y hasta cólicos o la cruda. Tampoco hay sacerdotes, pero te bautizan.
Es una cantina con 99 años de historia, a punto de cumplir su primer siglo de existencia, ubicada en la 3 Norte, entre la 8 Poniente y la 10 Poniente, en inmediaciones del ex mercado La Victoria.
Algunos de los que entran van acompañados de amigos o compadres, pero la mayoría entra solo y pide una michelada, una cerveza o las estrellas de la casa: un lomo de rana, un licor de tejocote, rompope o un remedio, recetas cuya heredera es Elena Lara.
Junto a Maguito y Chuy, apretados tras la barra, atienden a sus clientes uno a uno, anotan su cuenta en una libreta, esa que tachan cuando la deuda está saldada. La estancia de los que los visitan no es prolongada, duran lo que tardan en beberse tres bebidas.
Uno de los clientes cuenta su propia anécdota, recuerda que tenía 6 años cuando su padre lo dejaba afuera mientras se echaba su trago en la cantina y ahora a sus 60 años es quien puede tomarse su licor de tejocote en la barra.
O cuando un hombre una vez entró a tomarse algo, mientras su esposa lo esperaba afuera bajo el rayo intenso del sol, sin oportunidad de beber un refresco o agua, mucho menos entrar a la cantina que conserva la misma decoración desde el día que se fundó.
A Elena muchos clientes le comparten que cuando eran niños acompañaron a sus padres, vuelven a La Mina de Plata por nostalgia y a disfrutar una bebida.
Las bebidas de la casa son digestivos, pero también curan algunos males y no sólo la sed. El remedio, una mezcla de anís con licor de hierbas, alivia los cólicos o las crudas leves. Incluso se cuenta que había clientes que pasaban a beberse algo y aprovechaban para llevarles su “remedio” a sus esposas. También ayudan con los malestares estomacales.
Hay un ritual para los nuevos, le dicen la bautizada, porque para aquel que llegue por primera vez, le dan de probar de todo un poco, muy difícil de resistir.
La cantina era de un ruso llamado Constantino Niconoff, un hombre que huyó de la revolución de su país y llegó a Puebla en 1917. El lugar, en 1925, fue adquirido por Santos Venancio Díaz Fernández de origen español, suegro de Elena, quien llegó a suelo poblano debido a la Guerra Civil de España y encontró en Puebla un hogar y el espacio donde su legado ha prevalecido.
Antes, era un sitio muy concurrido por los comerciantes del ex mercado La Victoria, cuando fue alcanzando popularidad, llegaron algunos políticos que de manera incógnita pasaban por sus traguitos y ahora lo visitan turistas, curiosos y los clientes de siempre.
En el lugar hay huellas del pasado, como una placa de propaganda electoral de apoyo al exgobernador Antonio Nava Castillo, cajas de picot con el que ayudaban a sus clientes con sus malestares digestivos y botellas de más de 100 años que aún conservan en exhibición.
Pasan los minutos y el lugar se llena más, todos con su trago en mano, de pie, escuchando música ranchera, dando un sorbo a las bebidas que, parece, curan de todo mal.