*En 25 manzanas al oriente de la traza española de Puebla, un mundo de pasado indígena, con fuertes raíces religiosas, vestigios católicos y una dualidad muy marcada entre lo antiguo y lo nuevo
Édgar Ávila Pérez
Puebla, Pue.- El barrio del Alto, tiene historia, voz y personalidad propia.
Sus rincones pedregosos conservan las raíces del nacimiento de la ciudad virreinal de Puebla y a casi 500 años de distancia atesora su identidad indígena, su legado español y vestigios de una religiosidad.
Una dualidad muy marcada: puestos de comida en esquinas despintadas, vecindades maltrechas por el paso del tiempo y antiguos autos carcomidos compiten con avenidas repletas de autos de una urbe en constante movimiento, sitios históricos restaurados para deleite de turistas y antros y restaurantes de primer nivel.
El Alto nació en los márgenes del Río San Francisco, donde el tiempo le permitió albergar tres mundos en 25 manzanas, para ser exactos 46 mil 500 metros cuadrados: el mundo indígena, español y católico, cada uno con su propia esencia, conviviendo calle a calle.
Las empedradas avenidas, antiguas casonas decoradas con murales y recintos religiosos fundacionales forman parte no sólo de un barrio sino de un pueblo con costumbres propias. Una comunidad dentro de una moderna y tradicional ciudad como Puebla.
“Hay que descubrir cómo vivieron estos lugares mágicos y cómo se integran a la mancha urbana de la ciudad española, pero sin perder sus tradiciones”, describe la cronista de la ciudad, Luz Aida Deloya al parafrasear el contenido del libro Los Barrios antiguos de Puebla de Emma García Palacios.
Aquí, un 16 de abril de 1531, el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, mejor conocido como Motolinia, celebró -en una choza construida- la primera misa fundacional de Puebla.
Los rastros de religiosos siguen intactos gracias a la Orden Franciscana que en el año 1606 inició la construcción de un viacrucis gracias a la planificación y tamaño similar al recorrido que hizo Jesús en Jerusalém con la cruz hasta el Monte Calvario. Doce de las catorce capillas que recuerdan la Pasión y Muerte de Cristo se encuentran en el Alto.
“Hay que descubrir cómo vivieron estos lugares mágicos y como se integran a la mancha urbana de la ciudad española, pero sin perder sus tradiciones, su cultura y su temporalidad”, afirma la cronista de la ciudad.
Parafraseando al especialista Sergio Vergara, afirma que es importante conocer cómo se interpretan las transformaciones, como se implementan en la infraestructura, sus costumbres y cómo se integran en la vida, pero sin desechar su esencia del barrio.
En la memoria histórica aparece la edificación del Convento de San Francisco para la administración de los Sacramentos, puerta de entrada a las ciudades del Oriente cuando se llegaba desde el Golfo de México.
Surgen, en los recuerdos colectivos, los agarrones a pedradas entre los colonos del barrio de el Alto y de la Luz; la fundación del mercado de el Alto, centro de reunión de mariachis; la construcción de los puentes de Nochebuena y la Democracia, éste último inaugurado por Francisco I Madero.
El concurrido Paseo de San Francisco con sus lavaderos públicos de Almoloya, creados en 1863; y por supuesto se conserva la zona donde fueron creadas las famosas Chalupas, emblema de la cocina poblana.
Un populoso barrio, al oriente de la traza española, que conserva su naturaleza.