*De viva voz (Conferencias) es un libro íntimo, casi confesional. Sin oír la voz de la autora dictar estos discursos, se puede sentir su naturaleza, la sustancia misma de su obra, esa melancolía, ese sentimiento que siempre transmitía: la extrañeza por vivir, lo rara que es la vida, lo incomprensible de la condición humana.
Rodolfo Mendoza
Tengo devoción por la obra de Carmen Martín Gaite. Admiro sus novelas. Entre visillos, Ritmo lento, El cuarto de atrás y Lo raro es vivir. Pero sobre todo admiro su obra ensayística: Usos amorosos de la Postguerra española, Desde la ventana: enfoque femenino de la literatura española y, sobre todos ellos, este de luz tan rara: El cuento de nunca acabar (notas sobre la narración, el amor y la mentira). La vida de esta mujer es una aventura: casada con Sánchez Ferlosio, un primer hijo muerto a los pocos meses de nacido, una hija adicta a la heroína –en los peores años del destape español cuando “la mierda del caballo” se cargó a toda una generación– y muerta por sida. Pero gracias a De viva voz (Conferencias) es que podemos saber más de ella, en su propia letra. Esta escrupulosa edición de José Teruel viene a concluir la reunión pasada de sus conferencias: Pido la palabra y, por otro lado, no atrae las conferencias ya publicadas en 1993 dentro del volumen Agua pasada, pues en la Biblioteca Carmen Martín Gaite, lanzada por la editorial Siruela, será un volumen aparte y que la propia autora preparara.
En el “Prólogo” del editor se lee: “Conferenciar fue también [para Martín Gaite] un modo de narrar y un cuento bien contado exigiría tantas digresiones que sería siempre el cuento de nunca acabar”. La misma conferenciante nos hace un recorrido por su vida en las dos primeras secciones del libro: “El oficio de escribir” y “El recuerdo autobiográfico como argumento”; lo hace, por supuesto, como quien cuenta un cuento. Estos dos apartados reunen once conferencias en las que la autora de El balneario va narrando con detalle y desconsuelo algunas de sus experiencias más íntimas, tanto en su vida como en su obra.
Cuatro apartados más dan cuenta de este hermoso volumen de más de quinientas páginas. Un total de 27 conferencias repasan los autores más entrañables para ella (Elena Fortún, el Siglo de las Luces, Rafael Lapesa, Ignacio Aldecoa, Agustín García Calvo, entre muchos otros), los años de la posguerra española, sus viajes y sus lecturas.
Pero una conferencia quisiera yo resaltar: “Edward Hopper, Habitación de hotel: el punto de vista”. Aunque hay conferencias dedicadas al cine, a la mujer, a la literatura infantil, esta dedicada a Hopper –la única sobre artes plásticas–, es más bien una conferecnia-ensayo entre la relación de las artes plásticas y la literatura de Martín Gaite, pues en ella describe el mundo del gran pintor del siglo XX como si describiera su propia obra. Ambas sensibilidades mantienen esa soledad, esa evocación de lo perdido, el abatimiento de un alma que, estando, no sabe qué hace en este mundo. La languidez que observamos en algunas de las pinturas de Hopper las identificamos perfectamente en los personajes de Carmen Martín Gaite; el sufrimiento, la pena y el encierro en sí mismo que vemos en las siluetas de la obra del pintor podemos leerlas en la obra de la escritora.
Quizá lo menos conocido de doña Carmen Martín sea su labor de traductora. Minuciosamente trasladó a nuestra lengua Jane Eyre, Cumbres borrascosas, Madame Bovary, pero también tradujo a Virginia Woolf, Natalia Ginzburg, Primo Levi y C.S. Lewis.
De viva voz (Conferencias) es un libro íntimo, casi confesional. Sin oír la voz de la autora dictar estos discursos, se puede sentir su naturaleza, la sustancia misma de su obra, esa melancolía, ese sentimiento que siempre transmitía: la extrañeza por vivir, lo rara que es la vida, lo incomprensible de la condición humana.
No tengo idea de qué tanto se lea ahora la obra de Carmen Martín Gaite, pero para mí, es como una amiga que me conoce desde la adolescencia, a quien me he reencontrado ahora con este libro, y que llega a contarme su vida, y a decirme que algunos de nosotros no estamos solos: hay alguien más para quien la vida le sigue resultando tan maravillosa y necesaria como fastidiosa, que el dolor sólo es un vehículo hacia algo inadvertido y la literatura la única cura.