*La publicación de Al piano de Jean Echenoz suponía lo que sus seguidores esperábamos: una obra maestra: la estrategia de ficción es, en apariencia, muy simple: la ficción dentro de la ficción: el narrador dentro de otro narrador
Rodolfo Mendoza
Es ya de todos sabido que resulta imposible estar al día en las novedades editoriales. Un lector inquebrantable está consciente de su indefensión ante las ofertas editoriales, sin embargo eso no es obstáculo para que se rinda y siga explorando entre librerías, catálogos e internet. Son ya demasiados libros —lo dijo Zaid, Said y Savater— y pocos lectores: mucha mies y pocos segadores, dijera el evangelista.
Tan sólo intentar leer un catálogo como FCE, Acantilado o Siruela bastaría para que no tuviéramos que buscar más; pero resulta que no es así: el lector fuerte (como el coleccionista, como el avaro, como el alcohólico) siempre quiere más.
Lo anterior viene a cuento porque el que esto escribe se ha topado con algunas reseñas y ensayos en los que sus autores mencionan a Julien Gracq y Michel Tournier como los “últimos novelistas franceses” (en el sentido de los más nuevos); así que uno se pregunta inmediatamente ¿cómo considerarían aquellos críticos a Michel Houellebecq, Pierre Michon o Jean Echenoz? ¿Los noveles? Y a Antoine Bello, Marie Darrieussecq o Jonathan Littell? ¿Los imberbes?
Gracq y Tournier, ya sabemos, son dos de los más grandes escritores franceses del siglo anterior y, si se quiere, hasta de este. Pero no hay duda de que Houellebecq, Michon y Echenoz son las voces que más se acercan a nuestra contemporaneidad.
Houellebecq, por ejemplo, ha explorado como ningún otro escritor los territorios de la sociedad y la sexualidad actual. Michon ha llevado la lengua francesa a sitios que sólo han alcanzado Verlaine, Gide o Quignard; además de que ha roto las barreras de los géneros y más que ficción su obra es una suerte de investigación (“la verdad es que carezco de imaginación, por eso me he valido de la vida de pintores y poetas”). Y por lo que toca a Jean Echenoz habrá que decir que desde Me voy (Premio Goncourt) ya todos los lectores sabíamos que estábamos ante un portento narrativo.
La publicación de Al piano de Jean Echenoz suponía lo que sus seguidores esperábamos: una obra maestra. En la novela En nadar dos pájaros de Flann O’Brien la historia dentro de la historia, dentro de la historia ad infinitum, es la estrategia que le permitiera pasar a O’Brien a la historia de la literatura como el genio que es. En el caso de Al piano, la estrategia de ficción es, en apariencia, muy simple: la ficción dentro de la ficción: el narrador dentro de otro narrador. Existen dos planos narrativos en Al piano: el mundo en el que se mueve un pianista que le teme al público, que necesita ser reprimido por su acompañante-guardián para que no se pase de copas y que sufre un asalto; otro plano es el de una ficción “fantástica”, al borde de ser irreal, en donde el pianista se mueve en una especie de purgatorio (que no llega a ser ni cielo ni infierno), en donde se le “proporciona” una nueva apariencia. La conjugación de estas dos líneas paralelas llevará al lector atento a una de las novelas más ambiciosas de los últimos tiempos.
Decir que Jean Echenoz es un escritor que exige mucho de sus lectores no es cosa nueva; aquel que logra penetrar las estructuras y el estilo de Al piano tiene ya garantizado ese secreto encanto, tan único y solitario, que proporcionan las obras maestras.