Aníbal Santiago
Ciudad de México (CDMX).- Enredada, caótica, revuelta, mezclada con sal, arena, sol y un poco de mugre y sebo -como corresponde a un Dios de los Mares-, la melena de Neptuno brota de la fuente de la Plaza de San Juan. Pero ojo: su pelambre es sólo el aviso del ser al que cubren: el Señor todopoderoso de los océanos, de cejas peludas, barba espesa, ojos rabiosos y una boca que parece decir “noooo”, como si con su grito regañara a tiburones, mantarrayas, marineros, calamares.
Pero no, al pobre Neptuno de piedra que habita el Centro Histórico capitalino le quitaron su mar y quizá a eso obedece su gesto furioso. Lo que pasa enfrente no es muy marino sino comerciantes jalando en sus diablitos lámparas, harina, peluches, lo que sea, yendo y viniendo entre los cuatro mercados del barrio de San Juan. Y también hay locas y locos que hablan sol@s, desempleados, limosneros oliendo thinner, parejitas de vecindades del rumbo que se comen a besos en las bancas pues no tienen un peso ni para comer un helado de espuma en McDonald’s. El Neptuno chilango observa mucha miseria.
Su fuente, donde la cara del dios marino fue esculpida sobre la piedra del estanque, aún tiene un aire señorial y el elegante color marfil de las antiguas fuentes de Roma que inspiraron a quién sabe qué escultor a crear esta sutil belleza donde desde 1905 -cuando fue instalada- emergen y caen borbotones de agua limpia. Agua limpia en una calle de la capital del país. Sí, señoras y señores, es posible.
Arriba de Neptuno -gobernador de las aguas y los mares que cabalga las olas sobre caballos blancos- hay más, todo monstruoso. Cuatro calacas de carnero amenazantes, cuatro peces feroces con sus impresionantes bocas abiertas como si quisieran arrancarte una mano. Y, en todo lo alto, lo más aterrador, cuatro macabros bebés que cargan caracolas y te miran sin ojos, solo con sus redondos y vacíos huesos orbitales que el tiempo ha ido llenado de hongos negros. Sé valiente, mira a los bebés fijamente y lo comprobarás: están llorando lágrimas negras.
(Solicitud importante: visita de día esta fuente de la calle Ernesto Pugibet para que puedas pedir auxilio ante una eventualidad y alguien te oiga. Si vas de noche, ni Neptuno ni nosotros nos hacemos responsables).
Pero no todo es tenebroso en la Plaza de San Juan, que antes de la llegada de los españoles era el alegre barrio de Moyotlán de la ciudad México-Tenochtitlan. Puedes sentarte a sentir la brisa que filtran los árboles pata de vaca con sus hermosísimas flores púrpuras. Si levantas la cabeza verás el imponente edificio de ladrillos rojos de la Compañía Cigarrera Mexicana SA (más conocida como El Buen Tono). Si tienes ganas de algo caliente entra al Café Centrina y pide un expreso doble cortado chiapaneco con delicioso grano Sarchimor. Si tus bolsillos sufren días duros compra en la tienda Dragón de Oro un Maneki-neko, el gato chino de la fortuna que moviendo una patita te hará atraer varitos. Y si ni para eso tienes fe, toma misa en la antiquísima iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, mira los vitrales deslumbrantes y ni peles la afligida frase empotrada en un muro del templo (“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir”). Lo importante es que estás viva, vivo.
Y cuando vuelvas a salir a la calle, por favor acércate otra vez a la Fuente de Neptuno. A su lado, arriba de una maceta de cempasúchil seco y una rosa de plástico colocada en un tubo del drenaje que sale a la tierra (piensa que el tubo es un arrecife de coral), verás la cruz de lámina de un joven habitante de la Plaza de San Juan que todos en el barrio adoraban y que murió justo aquí, con apenas 21 años, el 27 de mayo de 2022: Emmanuel Uziel Torres de la Cruz. Aunque no lo conociste, piensa en él cuando leas “eres eterno entre nosotros hermano no lo olvides mientras vivamos los que te amamos no morirás”. Y para que no te caiga la pesadumbre descubre lo que hay frente a la cruz: la casucha hecha con cobijas y un huacal donde viven dos perritas que los pobladores de la plaza adoptaron, Chispa y Chiquita (poodle y maltés). Juguetea con ellas salvo que duerman (si las despiertas, se ponen bravas). Ambas son las cuidadoras del malhumorado Neptuno, dios romano de los mares invisibles de la Ciudad de México.