*Alfredo es un artista urbano poblano que se distingue por su manera de revitalizar el paisaje sonoro del Centro Histórico de la Ciudad de Puebla y por la forma de reinterpretar rolas famosas de bandas emblemáticas de rock
Jaime López
Puebla, Pue.- Un sonido peculiar seduce el oído de las personas que transitan por la céntrica y concurrida Avenida Reforma de la ciudad de Puebla. Su ritmo tiene algo terapéutico, porque genera mucha paz.
El rasgueo entre un arco y un pequeño violín brinda una nueva interpretación a “Dreams”, la canción más emblemática del grupo de rock irlandés “The cranberries”.
Quien sostiene el instrumento de cuerda es Alfredo Juárez, un talento local autodidacta, quien lleva la pasión por la música en la sangre.
Hijo del integrante de un grupo de mariachi y tío de dos sobrinos con aptitudes para el arte sonoro, revela que su principal fuente de ingresos es deleitar a la ciudadanía con su violín.
Son aproximadamente 40 horas a la semana las que Alfredo dedica a lo que le gusta.
Tocar violín es más difícil que aprender los acordes de una guitarra, dice. Especialistas en música concuerdan en ello y que el primer instrumento de cuerda requiere un aprendizaje desde temprana edad.
Alfredo aprendió algunas técnicas de arqueo y de movimientos en las manos cuando era un adolescente, alrededor de los 12 años de edad. Por cuestiones financieras, tuvo que dejarlo por un tiempo prolongado, hasta que hace 18 meses lo retomó como parte de su pasión y profesión.
Actualmente, es de los pocos violinistas urbanos en el primer cuadro de la capital poblana, el cual se distingue por su pulcra presentación y por la bocina de karaoke que siempre anda cargando para reproducir las pistas musicales.
Aunque no lo expresa abiertamente, está consciente de que su pequeño compañero (el violín) lo ha ayudado a sostener gastos personales y familiares.
Tiene dos hijos, ambos mayores de edad, los sigue apoyando en lo que necesiten o como él diría: “en las buenas y en las malas”. Esto último deja al descubierto que no es un progenitor irresponsable.
El estuche de su instrumento también funge como una pequeña alcancía, en la cual va acumulando las monedas de todas las personas transeúntes que remuneran su repertorio musical callejero.
Es un ser de pocas palabras, que no está acostumbrado a emitir muchas oraciones, lo cual contrasta con la abundancia de destreza en sus dedos, que producen monólogos cautivantes para el público, constituyéndose así en uno de los actuales tesoros sonoros de la Angelópolis.