El Parque de las Novias: donde besas y ronroneas

*Un parque que no es parque, sino un bosquecito de la gran urbe de la capital del país, donde los amantes se juran amor eterno: candados chilangos colgados al estilo francés y mensajes amorosos en las cortezas de los árboles

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Acuchillada, rasgada, apuñalada, la corteza de un árbol anciano informa: “W y M for ever”. ¿A quién se refiere? ¿Wendy y Marcos? ¿Wenceslao y Mónica? ¿Wendoline y Mario? Cómo saberlo. Lo que sí sabemos es que esa unión labrada a cuchillo en el tronco del altísimo colorín de este parque de la colonia Boques de Tetlameya quedó inmortalizado en sus negras hendiduras. Siempre sabremos que W y M se amaban.

La pareja no divulgó su amor en cualquier árbol de cualquier parque. Al contrario, los deliciosos amantes lo hicieron en este espacio único: una selva virgen, caliente y vaporosa que sobrevive en medio de pesadumbre. Es decir, a un lado de un charquerío aceitoso lleno de decadentes peseros que tocan el claxon. A metros de changarros de diademas, mochilas, micas, chicharrones y 8 mil productos más (para sostener sus toldos, los puestos ahorcan con sus sogas a las tristes acacias de los rumbos del Estadio Azteca). Y ahí juntito, también, las chimeneas de los Baños Públicos Estadio descargan sus gases para que los habitantes de la Ciudad de México empanicen de humo negro sus pulmones.

Pero como caminaste dos cuadras para superar ese desastre llamado Huipulco, ya estás en el Parque de las Novias. Si vas en domingo, sabrás la razón de su nombre. Poco antes de la boda, con velo, tocado y ramo, las mujeres posan ante la cámara en senderos de piedra con bordes de helechos, bajo arcos de arbustos, a la orilla de un lago artificial, detrás de las cortinas de lianas que cuelgan de los árboles, entre geranios y azucenas. Y claro, debajo de su escenario adorado: la sombra de un robusto y centenario cedro, ideal para que doncellas de cuentos reciban su primer beso.

Besos son lo que aquí abunda, además de plantas. Los amantes se absorben en escondrijos que dejó el magma ya hecho piedra que expulsó hace 1700 años el volcán Xitle. Hay besos desgarrados, mordisqueados, tímidos, lujuriosos, aterciopelados, sorbidos, golosos y, desde luego, clandestinos (se desbaratan nerviosos si descubren que te acercas y pretendes husmear).

Desde hace 114 años, cuando don Porfirio estaba por huir a Francia y este jardín se llamaba Bosque Francisco Martínez de la Vega, los amantes ya dejaban recuerdo de su pasión. Aunque no somos París ni tenemos un Pont des Arts para que los amorosos cuelguen candados, el humilde puentecito de fierro del Parque de las Novias posee candados de amores chilangos igual o más románticos que los franceses.

Y claro, ell@s también han usado plumones o navajas. Marcan corazoncitos y frases como éstas en troncos, pero también en postes de viejas farolas: “Juan Carlos te amo nunk lo olvides Maritza”, o simplemente “Daniela y Nico”, “Sarah y George” o “Jorge y Ulises” (aquí el amor no discrimina).

Tú también serás husmeado. Calma, los jardineros con guantes de carnaza que entre aguacates, palmas y guajes desbrozan el follaje con enormes tijeras, guadañas y rastrillos, solo trabajan oyendo en sus celulares temas románticos que dicen: Es necesario, amor / que platiquemos un segundo solamente / para que no haya malas interpretaciones. Y hasta ahí, los jardineros ni te voltearán a ver.

En cambio, sí lo harán los gatos. Aunque sientas que de las enramadas selváticas te saltará un jaguar, acá solo hay gatos y gatas. Montones: negros, blancas, pardos, moteadas, grises y hasta verdosas. Como tod@s te espían (se preguntan extrañados de qué especie animal eres), ves sus caras. Los hay serios, distraídos, cariñosos, huraños, atletas, desconfiados, alegres, vagos. Ahí van, como si nada, ronroneando su amor o maullando su desamor, más no su hambre: vi a una misteriosa señora de negro que en todas partes les dejaba cuencos con agua Bonafont (son gatos finos) y Whiskas. Varios padecen sobrepeso de tanta croqueta no orgánica.

Antes de irme, le hice plática a un señor que barría con su escoba de ramas.

-¿Hace mucho trabaja en el parque?

-Esto no es un parque -me regañó-. Es un bosquecito.

-¿Cuál es la diferencia?.

Me miró serio, compadeciendo mi ignorancia.

-En los parques hay juegos y bancas; aquí no los hay.

Tenía toda la razón, qué torpe soy. Por último, le pedí un favor:

-Oiga, ¿no me dice su puesto para ponerlo en mi nota?

– Póngale “Tomás Rivera, encargado del Parque de las Novias”.

¿No que no era parque? Ahora iba a corregirlo yo, pero me resistí: después de todo, el Bosque de las Novias (¡no le digas parque!) me había llenado de paz y amor.

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