Plaza Gómez Farías: compra tu Chaparrita, lee y ve al sastre

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Cruza los adoquines de la plaza Valentín Gómez Farías junto a los señores de pantalón de lana que en sus bancas leen serios La Afición y las viejitas que tejen a gusto para sus nietas unas chambritas rosas a crochet. Ahí, en una esquina, verás una tienda de abarrotes. Cuando alces la mirada y leas el cartel que dice “El Nuevo Surtidor, fundado en 1945”, entra e intenta trasladarte a ese año o antes. ¿Cómo? Pide un Achiote La Anita creado en 1913 para saborizar tus platillos, una crema Hinds de 1919 para tener manos de doncella o una Chaparrita del Naranjo de 1937 para hidratarte (ah, tan rica, refrescante, y claro, sana y natural).

La dependienta de gruesos lentes de pasta te intimidará un poco con su mirada silenciosa de rayos láser que penetra tu mente y su voz solemne (“dígame”), pero descuida: solo girará para buscar lo que necesitas entre cientos de latas, tarros, empaques, acomodados impecables en un gran aparador que es una reliquia de tiempos de Ninón Sevilla: madera verde agua, cajones de artísticas agarraderas amarillas.

Y ahora sal otra vez a la plaza de la colonia Extremadura Insurgentes (hey, no te hagas, antes págale a la dependienta de lentes) y camina 10 metros. ¿Necesitas hacer la bastilla de un pantalón, acortar una manga, recortar la cintura de una falda? “Hacemos de todo”, aclara Roberto Toledo, dueño de la Sastrería Toledo que desde hace 30 años trabaja en este mismo rincón chilango de habitantes célebres: el escritor Joaquín Fernández de Lizardi, la psicóloga austriaca Marie Langer, el torero Luis Castro “El Soldado”. Pero volvamos al señor Toledo, al que Dios (o la vida) dio cara y cuerpo de lo que es. Si lo vieras en la calle y te preguntaran, “¿Aquel señor de 60 y pico de años a qué crees que se dedica?”, dirías: “Sastre, desde luego”. Considero que también podría ser maquinista de ferrocarril pero, sobre todo, sastre: es calvo, flaco, algo encorvado, usa camisa celeste de vestir y zapatos formales increíblemente lustrados como el cofre de un lujoso Cadillac Fleetwood de hace 80 años. Y dos cosas clave para ser sastre: siempre enrosca al cuello su cinta métrica y bebe su viejo Sidral Mundet.

Roberto es baratero (me consta, por unos pesos le cambió un cierre a mi chamarra del Atlante) y meticuloso: ahí lo verás, concentrado con la vista puesta en la tela, accionando su máquina de coser Brother; rodeado de dedales, un burro, una plancha, hilos y agujas por todos lados. Despídelo con una sonrisa porque es buena persona y ahora vete al centro de la plaza, donde está el busto de Valentín Gómez Farías, del que este lugar (antes perteneciente al pueblo indígena Maninaltongo) recibe su nombre. El político y médico de nariz aguileña como Calígula fue plusmarquista: cinco veces fue presidente de México, pero si juntas todos los días que ejerció ese puesto apenas superó el año completo. ¿Por? Porque era el presidente emergente, una especie de bombero presidencial que entraba al quite si al controversial y problemático Santa Anna lo echaban o dimitía.

La casa del propio Gómez Farías también está aquí, solo que ahora se llama Instituto Mora, un centro de estudios donde te podrás volver maestro o doctor. Si andas menos ambicioso ve al cineclub, aviéntate una conferencia o atraviesa el jardín central -donde “El padre de la Reforma” estuvo enterrado- para hacer gimnasia cerebral en su fantástica biblioteca especializada en ciencias sociales, abierta a todo mundo. Hay libros publicados hace siglos como “Catálogo de Pasajeros a Indias” pero también recién sacados del horno, tipo “The Hippies: A 1960s History”, de John Moretta.

¿Leíste un rato en una de sus mesitas frente a su jardín primoroso? Pues leer da hambre. Ve hasta la vereda de enfrente. Ahí, la Fonda Rommy se cuadra a la filosofía económica del sastre: por solo 75 pesos y sobre manteles de pueblo con cuadritos de colores, te traen consomé, coditos con crema y queso, y unas enfrijoladas que chapotean felices -como niños en alberca- en el espeso caldo de frijoles molidos.

Y ya, no te va a quedar mucha energía. Si acaso avanza 20 metros hasta la virreinal Parroquia de San Juan Evangelista para disfrutar la frescura de sus viejísimas sombras y echarte un coyotito mientras haces la digestión, hasta que al caer el sol te sobresalte la voz del padrecito: “¡Oiga, despiértese. Ya va a empezar la misa!”.

 

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