*Los domingos de ramos y los de resurrección tienen una llamativa celebración en esta población perteneciente al municipio poblano de Acajete, a unos 30 kilómetros de la capital
Antonio Zamora
San Jerónimo Ocotitlán.- Trajes con un costo que ronda hasta en los veinte mil pesos, máscaras de madera talladas a mano, música en vivo, pero sobre todo la alegría de la festividad que esperan año con año, ese es el ambiente que se respira en la danza de los huehues en San Jerónimo Ocotitlán.
Los domingos de ramos y los de resurrección, para la fe católica, tienen una llamativa celebración en esta población perteneciente al municipio poblano de Acajete, a unos 30 kilómetros de la capital.
Desde muchos meses antes, al pueblo llegan remesas principalmente provenientes del sur de California, donde hay una gran cantidad de ocotlenses trabajando buscando un mejor porvenir. Con ese dinero se financian los trajes y los grupos musicales.
“Gracias a la familia Flores de Ontario”, se le escucha decir repetidamente a uno de los músicos que fueron pagados gracias al dinero que enviaron desde Estados Unidos para amenizar el baile de la cuadrilla conocida como Los Cuadernos que lleva varias generaciones participando en esta tradición.
El traje de huehue en Ocotitlán tiene sus singularidades: los hombres usan la misma máscara que en otras regiones, pero en lugar de plumas en la cabeza, portan un sombrero alto, hombreras puntiagudas, un peto adornado, además de pantalones bombachos y botas.
Las mujeres se cubren el rostro con antifaz, usan sombrero vaquero adornado con distintivos brillantes, además de una pluma alta. También usan hombreras y peto, con una falda corta y botas largas o botines.
Pero la presencia de las mujeres en el baile de los huehues es reciente, pues según las creencias de los antiguos pobladores, ellas tenían prohibido participar. De hecho, eran los hombres los que se vestían de mujeres, pero ahora el mayor anhelo de muchas parejas es bailar juntos.
Son las dos de la tarde y el primero de los cuatro grupos que ocupan la plaza principal de la población comienza a tocar una melodía con notas repetitivas incluyendo batería, guitarra y bajo eléctrico, además de percusiones, saxofones y trombones.
Es momento de que una de las múltiples cuadrillas o grupos de familiares y amigos salgan a bailar, que caminen a lo largo de toda la calle haciendo movimiento de brazos y cadera dando gritos cada tanto.
“Es una fiesta a la que procuro venir cada año, pido permiso en el trabajo y hago el viaje porque es una de las tradiciones que me hacen sentir orgullosos”, dice Juan que viajó doce horas desde su casa en Ontario, muy cerca de Los Ángeles, a donde se fue desde que era muy pequeño y ahora tiene una familia propia a la que mantiene trabajando de jardinero y carpintero.
Cada cuadrilla tiene un lapso aproximado de 40 minutos para bailar, tiempo en el que presumen sus trajes, el tamaño de su familia y sobre todo de tener a los “ladrones” mejor disfrazados, pues así son conocidos aquellos que en lugar de huehues, usan disfraces a su elección. Por ejemplo, charros, arlequines y hasta botargas.
Después de casi diez horas de danza, es momento de bailar cumbia, pues para dar cerrojo a la fiesta, entre todos los pobladores cooperan para contratar algún grupo de renombre. Este año eligieron a Aroma, que integrado por tres cantantes, cuentan con más de 20 años de carrera y canciones muy populares.
Así es la celebración que ha pasado de generación en generación en este poblado que puede encontrar un respiro entre la delincuencia y violencia que emana del Triángulo Rojo, porque para encarar los malos momentos, la mejor opción simplemente es bailar.