*En una divertida crónica, el “despintado” Aníbal Santiago nos lleva a un paseo por la franja del Mercado de Sonora de la CDMX, donde el bien y el mal comparten espacio en una lucha por clientes para amuletos, aguas milagrosas y hierbas para curar todo mal: damiana contra la depresión, cempasúchil para la tos, amaranto contra la osteoporosis, sanguinaria para el acné
Aníbal Santiago
Ciudad de México (CDMX).- Bajo un cielo azul que ataca cruel como si 50 soles te estamparan sus rayos, caminas por la Calle del Ocultismo. Sobra luz en esta franja del Mercado de Sonora pero las efigies de la Santa Muerte, los cadáveres de gorriones y cuervos para ceremonias, las patas de chivo cercenadas y las pociones del mal como la Arrasa Todo con su dragón en la etiqueta, te van cercando de oscuridad.
Necesitas aire. Por eso, cuando entre los toldos mugrosos de los changarros divisas en sombras bultos de hierbas, inhalas hondo. Tus pulmones sanan cuando estás cruzando el umbral del bien: este es El Pasillo de las Hierbas. Tú, que siempre quieres redimir a tu cuerpo con la química medicina alopática, te encuentras en una especie de “hospital” basado en la sabiduría de la tierra. Túnel frío, natural e indígena en el centro de la Ciudad de México pero aislado del mundo. Es también una cámara de clima y luz controlados. Y no es solo una sensación: las hierberas llenaron de lienzos coloridos el techo para que el sol que se filtra por la cubierta de asbesto se opaque y no estropee las plantas que te refrescan las entrañas desde que entras y respiras: son eucalipto, menta, regaliz, laurel, tomillo, que con su fragancia envuelven tus pulmones como una lluvia fresca. Imagina lo que harán si te las llevas para que las infusiones te alivien males respiratorios.
Abajo, sobre el piso, bultos inmensos de plantas recién cortadas traídas desde verdísimos campos de Morelos, Estado de México, Puebla, Hidalgo. Arriba, sobre los muros de tabiques grises, bolsas de hierbas secas, elotes deshidratados para infecciones urinarias, Vírgenes de Guadalupe, cuadros borrosos de Lucas el Evangelista u otros santos que auxilian en la enfermedad.
Aquí los enfermos o sus parientes -si les cuesta moverse- compran esperanza por unos pesitos desde que este pasillo abrió hace 66 años por orden del regente Uruchurtu. Damiana contra la depresión, cempasúchil para la tos, amaranto contra la osteoporosis, sanguinaria para el acné, ajenjo para los males hepáticos, hinojo para los cólicos, romero para el estreñimiento, árnica para la artritis.
-¿Y esos claveles para qué sirven?
La joven vendedora de jeans y guantes rojos -como los que usan en este lugar todas las vendedoras para proteger sus manos-, me mira con rareza y se da cuenta que ando de curioso indagando quién sabe qué. De ningún modo soy cliente de aquí.
-Pues los claveles son para el amor, llévate uno para el 14 de febrero.
-Es que no soy tan romántico.
-Regálame uno y verás que sí lo eres.
Me rio y le digo: “¿A poco solo sirven para el Día del Amor?”.
Su jefa, una señora canosa que oye a su empleada hablar conmigo, interrumpe nuestro diálogo para reprenderla: “Ya, Josefina, dile al joven la verdad” (me contento por lo de “joven” a mis 40 y muchos).
Josefina vuelve a reírse sin hacer caso: “¿Tú de dónde vienes?”. “De la Portales”, respondo. “¿Y los muchachos de la Portales son románticos? Ando buscando uno”. Le digo “creo que sí hay mucho romántico” pero su jefa nos escucha, se pone brava e interviene: basta de coqueteo. “No, no, no -aclara-. El clavel sirve para ramos de limpias, para sacar la mala suerte. Agréguele romero, ruda, albahaca, pirul y mirto”.
-Creo que ya me voy-, le digo a la chica.
-Es que a la señora no le gustan los gringos-, me explica.
-Pues yo no soy gringo.
-Es que usted está muy despintado.
Me despido triste, despintado y sigo mi rumbo, como puedo, preguntando para qué sirve tanta flor anaranjada que hay por todos lados. La caléndula, para desinflamar. La mercadela, para las anginas. La gerbera, para dolores musculares. Me estoy a punto de ir cuando oigo una voz que me llama. Volteo, es Josefina con su sonrisota: “En Estados Unidos no hay de estas plantas y no saben nada, ¿verdad? Por eso usted anda pregunte y pregunte”. Creo que Josefina me perdió el respeto.
El gringo de la Portales sale del Pasillo de las Hierbas y agarra Avenida Circunvalación, con mucho conocimiento de herbolaria pero el corazón roto. No pregunté si hay planta para eso. Seguro que sí.