*Con su mirada meticulosa, el periodista Aníbal Santiago nos transporta al Café Gran Premio, un lugar de enorme sencillez y buena vibra fundado en 1962 en la Ciudad de México
Aníbal Santiago
Ciudad de México (CDMX).- En las columnas de espejos con marcos dorados, cuya elegancia pasó de moda hace ya seis décadas, uno esperaría ver reflejarse, de un momento a otro, las caritas dulces de Catherine Deneuve o Claudia Cardinale. No-no-no, disculpen, estamos en la Ciudad de México. Lo más lógico sería que, mientras tomamos capuchino con miel y pan de elote, sobre esas estructuras reflejantes alejadas de nuestro tiempo apareciera el tampiqueño de oro Mauricio Garcés -bata con brillitos, sonrisa blanca y canas de alisado perfecto- diciendo a alguna de las bellas clientas que sorben en calma: “Debe ser terrible tenerme y después perderme”.
Al café Gran Premio de la colonia San Rafael le llegó la vejez con una distinción a la que dan ganas de aplaudir. ¿Por qué? Porque a sus 60 años sin estirarse la cara, ponerse bótox ni teñirse el pelo se mantiene vigoroso, guapo, digno. A lo que me refiero es que no ha necesitado ni media remodelación para estar vigente como cuando se fundó, en 1962. Por eso tanta gente lo visita, lo mismo sus vecinos que parejas mayores que llegan en bastón o jóvenes de las colonias que la rodean, Santa María la Ribera, Tabacalera, Cuauhtémoc.
Elvira y Francisco Gisbert, los dueños, han hecho algo rarísimo: además de platillos, en su menú han dejado un mensaje impreso como si ellos no fueran ellos y sí una o un cliente que piensa esto sobre el local de grandes ventanales: “Podemos oír música, usar internet, cargar el celular, ver la tele, usar el perchero; tenemos baños limpios, nos resguardamos del mal tiempo, recibimos un trato amable, disponemos de un espacio agradable y tranquilo para pensar, trabajar, esperar, convivir y compartir”. Un mensaje tierno y rebosante de verdad de lo que un café en la Ciudad de México, Bogotá o Shangai debería ser. Las meseras, señoras discretas de mandil guinda, sonríen, pero no porque así las fuerce el protocolo, sino porque aquí todo es sencillez y buena vibra, y el tiempo pasa suave como “Sunday Morning” de Velvet Underground, una canción que debieron oír sus parroquianos de pantalones acampanados en los días en que este lugar abrió (escúchenla en internet, para que me entiendan).
Sus platillos son simples (sincronizada, molletes, cuernitos, galletas finas) pero todo es rico como si te lo hubiera preparado tu abuela. El café es excelso: puedes acudir al americano o express si te gusta la ortodoxia, pero si andas con ganas de azúcar que te levante échate el capuchino con cajeta. Ahora, el rey es llamado “mayo”, una delicia de leche cremosa y acaramelada con café intensísimo.
Si levantas los ojos verás señoras solitarias, sociólogos que leen “Poder y Desaparición” de Pilar Calveiro, familias, amigas que se carcajean o viejos necaxistas que pasan las deportivas páginas cafés del Esto. Y ahora detente en los muros porque hay tres cosas. La primera, una amplísima colección de tazas en anaqueles. Cientos de tazas de mil colores que son recuerdos de países, souvenirs de otros restaurantes e incluso regalos que le hicieron a este café clientes de toda la vida. En la loza exterior tienen leyendas como Casa Turrent, Química Valaner, Tenampa, The Plaza New York, lo que sea. Lo segundo es que junto a la entrada hay un precioso cartel antediluviano con polvo de los tiempos de Mao Tse-Tung que dice “Café Gran Premio, Sinónimo de Calidad”. Y lo tercero es lo que cuelga junto a la puerta, un verso del poeta andaluz Juan Cervera Sanchiz que dice así:
en El Gran Premio / café histórico y legendario de la gran Ciudad de México / los cafetólogos saborean la exquisitez del café / sorbo a sorbo / a la vez que piensan alto, hablan claro y sienten hondo.
Café Gran Premio: C. Maestro Antonio Caso 72, San Rafael, CDMX. Tel. 55 5535 0934.