El Rollo: vigía del tiempo  

*Conocida popularmente como El Rollo, la estructura con 462 años del municipio de Tepeaca, fue torre de vigilancia, centro de “justicia” de la corona española y el primer reloj de América Latina

Jaime Carrera

Tepeaca, Pue.- En una extensa plaza pública con gente caminando por doquier, una estructura octagonal de color amarillo se mantiene firme aun cuando pasaron 462 años de su construcción. La vida transcurre en Tepeaca bajo su propia cotidianidad, como en cualquier otro municipio del estado, pero a diferencia del resto del territorio poblano, allí, el tiempo es custodiado por el primer reloj público de América Latina.

A cada movimiento de sus manecillas algo ocurre en su alrededor y en cada minuto transcurrido un momento queda capturado: los tepeaquenses van de un lado a otro, hay gritos y bullicio en el tianguis unas cuantas calles arriba y unidades del transporte público llegan o arrancan. Tepeaca no ha perdido su ubicación estratégica, esa que supo detectar Hernán Cortés y por la cual se fundó este lugar incluso 11 años antes que la propia capital poblana.

La zona centro de Tepeaca, a alrededor de 40 kilómetros de la ciudad de Puebla, concentra historia: todo un legado forjado por una cultura producto de las migraciones toltecas-chichimecas, pero conquistada por los aztecas y más tarde dominados y colonizados por los españoles, quienes bajo la dirección del entonces Alcalde Mayor, Francisco Verdugo, instruyeron en el año de 1559 construir esta torre estilo morisco con detalles góticos.

En su sólida plataforma, otros vigilantes aguardan y han sido testigos de los cambios que ha vivido Tepeaca durante los últimos casi 500 años. Son cuatro animales que asemejan a perros sentados con la mirada hacia el horizonte, emplumados y con una melena con pelaje ondulado que hace referencia a símbolos leoninos, icónicos símbolos de poderío en Europa, pero que en México, como canes fieles, representan fidelidad.

Han pasado casi cinco siglos desde que comenzó su edificación y el tiempo parece no haber transcurrido en Tepeaca, de no ser por las huellas del tiempo reflejadas en su pintura, pareciera que el famoso reloj conocido como “rollo” apenas llevaría unos cuantos años de erigido. Su altura es de apenas 17 metros y con un ancho de 25 metros, la peculiar estructura continúa, allí, como un enorme vigía de la plaza mayor del municipio.

Para su construcción, los españoles tuvieron como referencia la Torre del Oro localizada en la provincia de Sevilla, la cual se construyó entre los años 1220 y 1221 y cuyo objetivo era completar el sistema defensivo de la ciudad “almohade” —de origen árabe—. En Tepeaca, la amarilla estructura también sirvió, en un inicio, para lo mismo, ser una torre de vigilancia, además, según los registros históricos del INAH, para “ejecutar la acción de la justicia”.

El icónico “rollo”, punto de encuentro y reunión de familias y amigos para ir a tomar un café, comer o simplemente pasar tiempo de calidad en los arbolados espacios del zócalo, no sólo cronometra el tiempo, sino que también es un vestigio del encuentro de dos culturas, con un reloj que yace en su punta donado por la corona española pero de manufactura alemana. Todo un monumento emblema de la entidad poblana.

En la actualidad, es un referente turístico en todo el país y el continente. Su propósito inicial: albergar a las autoridades coloniales y como torre de vigilancia y picota. Sí, alrededor de esa columna se expuso –lastimosamente– a los reos indígenas a la vergüenza pública para que sirviese de escarmiento, y es que si sus ventanas pudieran hablar, cuantos retratos se podrían dibujar. Ahora, sólo queda admirarlo y apreciarlo como un símbolo de identidad.

Uno o dos siglos más vendrán, pero el octagonal marcador del tiempo permanecerá allí, custodiando a toda una ciudad, a todo un pueblo vasto de cultura y tradiciones, orgulloso de sus orígenes y de una transformación que ubican a Tepeaca como uno de los municipios más pujantes de Puebla, con un pasado para recordar y conmemorar, un presente para valorar y, sobre todo, un futuro por esperar, y por festejar.

 

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