*El icónico y antiguo molino “El Corazón de Jesús” del barrio de El Alto sigue dando servicio tras 89 años de historia
Jaime Carrera
Puebla, Pue.- La señora Leticia Gámez aguarda en una banca al interior de un negocio cuyo legado carga consigo hasta un siglo de existencia. A las afueras del viejo inmueble de la 14 Norte número 807 del barrio de El Alto, todo transcurre casi con la misma normalidad de siempre.
Es viernes, un viernes peculiarmente apaciguado y en el icónico y antiguo molino “El Corazón de Jesús”, la mujer espera ansiosamente a que llegue un cliente, uno nuevo o muchos, incluso aquellos que dejaron el barrio.
En el pasado, desde temprana hora, con sus cubetas o costales acudían a moler maíz, frijol, todo tipo de chiles y un sinfín de ingredientes para conseguir la pasta perfecta de un rico mole típico poblano.
De pronto, en el corazón de uno de los barrios contiguo a la zona fundacional de la Ciudad de los Ángeles, hay silencios que llegan a ser prolongados, la vida no es la misma desde que las vecindades comenzaron a vaciarse y las periferias de la capital poblana se fueron poblando o desde que ese viejo molino ya no funciona sin descanso alguno. Hoy quedaron atrás los días de largas jornadas de molienda a la vieja usanza, la tradicional.
La dirección no es la primera de la que se tenga conocimiento, anteriormente el negocio se encontraba en el inmueble de enfrente, pero antes, mucho antes, estuvo en la esquina siguiente, según aseguran descendientes de pobladores originales de la zona, pero sin importar el punto exacto, lo cierto es que, cuando menos, el molino tiene en su haber 89 años de historia. Casi nueve décadas de una larga preferencia de los poblanos.
El precursor de gran parte del legado de “El Corazón de Jesús” es Don Lupe, papá del suegro de Leticia. Entre viejas historias y añoranzas, no deja de estar atenta a si un cliente llega a visitarla y está en espera de que su esposo, de la tercera generación a cargo del lugar, regrese tras dejar un mandado. En tanto, en su alrededor no hay ruido, la antigua maquinaria está parada, no hay gente apresurada, no hay molienda. El tiempo se detiene.
“Él (don Lupe) llegó de trabajador a la ciudad y trabajó de muchas cosas, hasta que se encontró con el Sindicato de Molineros, de ahí lo mandaron a trabajar a un molino en el centro, después lo mandaron a este, estuvo de trabajador como 10 años, muere el dueño y la viuda no sabe manejar el molino y entonces le dice que consiga alguien que lo compre, él se interesa y hace el trato con la señora y se queda con el molino”, narra con detalles Leticia.
Ya en el año de 1954, su suegro, pasó toda la maquinaria al actual inmueble de la 14 Norte, de la cual algunas partes aún son originales y cargan consigo más de 60 años de uso.
“Todo esto que ve de metal, las vigas, los cajones, todos, eran de manera, incluso actualmente algunas poleas todavía son de madera de las originales, así que este molino siempre ha trabajado así, con un motor cuya banda le da vida a la transmisión a las bandas”, describe.
Los tiempos han cambiado, la ciudad se transformó y hoy en cada colonia o unidad habitacional, ya sea al sur o norte de la ciudad, habrá un mercado con un molino de fácil acceso, sin embargo, la antigua clientela, la que no cambia por nada la historia y tradición del “Corazón de Jesús, ya con sus años encima y la necesidad de ser transportados de un lado a otro, aun busca la manera de regresar con sus ingredientes y platicar con los dueños.
Han pasado 59 años desde que allí se comenzó a vender la demandada pasta para mole poblano, hoy se sigue comercializando, aunque desde hace dos décadas la dinámica social en El Alto se comenzó a transformar y la gente dejó de hacer fila, vinieron sismos, manifestaciones que paralizan esa zona y un cambio de hábitos de las actuales generaciones, cuyos jóvenes, no se imaginan siquiera que existieron este tipo de molinos.
En las paredes cargadas de historias se encuentra un altar a la Virgen de Guadalupe, pero también otro en honor al hijo de Don Lupe, suegro de Leticia y precursor del negocio que hoy sigue de pie, donde sus encargados recuerdan aquellos días sin descanso, desde cinco de la mañana y hasta las seis o siete de la noche, con largas filas de clientes y horas de molienda que ponían a trabajar a tope las bandas de una maquinaria que luce intacta.
“Es un sentimiento porque es negocio familiar, que inició desde el abuelito, mi suegro, mi esposo y ahorita le entran los sobrinos, los nietos del dueño, es más el apego al negocio, porque es de la familia”, sostiene Leticia, cuando se acuerda de los buenos años de molienda.