*Don José Luis Huerta de 70 años de edad mantiene vivo, en un pequeño local en el Barrio de La Luz, el trabajo de los artesanos poblanos
Guadalupe Juárez
Puebla, Pue.- En la antigua Calle de Carrillo, en uno de los barrios más antiguos de la ciudad, José Luis Huerta de 70 años de edad, mantiene en pie su negocio, un pequeño local en el Barrio de La Luz que lucha contra el olvido y la pérdida de un oficio: los alfareros.
El lugar -que forma parte de la casa en la que nació, heredada por sus abuelos que trabajaron el barro para transformarlo en cazuelas, macetas y demás utensilios de cocina– se ubica en una de las principales calles de la capital del estado, hoy conocida como la Avenida Juan de Palafox y Mendoza.
Aquí donde la historia dice que fue el capitán Gabriel Carrillo de Aranda un obrador de loza que se instaló en el barrio y, por eso, el nombre de la calle, Don José Luis pasa la mayor parte del día, con piezas de exhibición: cazuelas medianas y pequeñas, una que otra maceta y jarritos de barro.
Uno de sus hijos, de los que todavía continúan en el oficio, barre la entrada, mientras el alfarero enseña las fotos de cuando tenía que meterse en el horno bajo tierra, donde suelen cocer las piezas que venderán después.
José Luis recuerda el proceso de cómo trabajar el barro, el mismo que sus ancestros hacían. Recibir el barro en forma de tierra, partirlo, remojarlo y dejarlo en agua hasta un día entero, recogerlo, pisarlo, recortarlo y amasarlo.
De esa masa manejable, tomar un pedazo, aplanarlo –como si se tratara de una tortilla- ponerlo sobre un molde, darle forma y hornearlo, pintarlo y volver a hornearlo.
Él empezó de niño, primero ayudando a sus padres a vender los utensilios que hacían desde los ocho años, luego, poco a poco a aprender el oficio, que sabe, se va a extinguir.
Recuerda que hubo una ocasión en la que en toda la calle, los locales pertenecían a la familia Huerta, sus tíos, sus primos.
Conforme pasa el tiempo, dice, los que heredan de sus padres los negocios, prefieren comprar las piezas de otros lugares del estado, porque hacer las piezas ellos mismos ya no es una opción.
Sobre la calle hay murales que retratan lo que alguna vez significó vivir en el barrio de La Luz, el oficio, trabajar con el calor, crear figuras desde cero.
Hay pocas cazuelas exhibidas afuera de los locales, las macetas de todos los tamaños llenan los espacios, hay pocos compradores y los alfareros esperan a más clientes, a más personas, pero la calle está vacía.
El trabajo de los alfareros poblanos fue muy reconocido en su época, un arte, comparado sólo con otro platillo exquisito de la entidad, el mole.