*Don José desde hace 28 años recorre, sin falta, las calles y andadores de La Margarita, donde sus golosinas son una tradición
Victoria Ventura
Puebla, Pue.- Desde las ventanas de los edificios en La Margarita, se puede ver a un hombre pedalear su bicicleta, pero es el “grito de guerra” la confirmación de su llegada: ¡Cacahuates, pepitas!, esa es la señal que don José llegó con el antojo de la tarde.
Los colores dentro de su canasta invaden la mirada: gomitas, habas enchiladas o garapiñados y elegir es una decisión complicada, todos provocan que se haga “agua la boca”.
De lunes a domingo, cerca de las 7:00 sale de su casa en San Salvador Chachapa a la Central de Abasto para conseguir su producto, después de unas cuantas horas, regresa a casa y junto con su esposa se dedican a freír, tostar y hacer el garapiñado para endulzar las pepitas y cacahuates que deleitarán el paladar de los poblanos.
Es pasado el mediodía, cuando el hombre se dirige a la colonia Zaragoza, es en casa de su hermana donde monta su canasta y dos botellas de salsa picosita en la parte trasera de su bicicleta, mientras que, para refrescar la jornada, coloca su coca de vidrio en la canasta de enfrente y comienza a pedalear hasta La Margarita, donde hace una parada en cada edificio para ofrecer su producto.
Esta es su rutina ininterrumpida desde hace 28 años, cuando perdió su puesto en el mercado y tuvo que buscar la forma de llevar sustento a su hogar.
José ahora tiene 62 años de edad, pero desde que era niño ha trabajado para ayudar a su madre y llevar unos pesos a su hogar, aunque el destino lo hizo recorrer distintos caminos, siempre fue a lado de su bicicleta.
Empezó a laborar primero en una empacadora de carnes, sin embargo, la falta de empatía hacia su labor, lo motivó a salirse y poner un puesto en el mercado, todo pintaba bien, pero fue la falta de ahorro lo que hizo perder su local y con ello, emprender la venta de dulces.
El camino no fue fácil, recuerda la historia de memoria, cuando tenía 34 años, se enfrentó a los peores momentos de su vida y tras perder su empleo, se le ocurrió vender todo tipo de dulces tradicionales, aunque señala que el “qué dirán” lo acompañó durante los primeros días, sin embargo, fue su hija la motivación para emprender la nueva ruta de vida.
Rememora que la primera ruta que emprendió iba de Zaragoza hacia Balcones del Sur, pero su cabeza y corazón le decían que cambiara el trayecto hacia La Margarita, pues ahí encontraría éxito en las ventas, por lo que decidió hacerles caso.
“Al principio no fue fácil, el egocentrismo y el tener miedo al qué dirán me detenía un poco, pero ni modo, me lo quité, tenía que llevar dinero para comer. Recuerdo que mi hija necesitaba ocho pesos para la escuela y yo no vendía nada, me puse a llorar en una jardinera, no me importó si me veían, fue entonces cuando hablé con Dios y le dije que se acordara de mí, que yo también era su hijo, y me permitiera vender ocho pesos, entonces algo en mi cabeza resonada que fuera a La Margarita y caminé para allá y vendí más de los ocho pesos que necesitaba”, recuerda entre lágrimas.
Don Pepe ha mantenido a sus dos hijas gracias a este oficio, una de ellas es contadora y la otra es ingeniera industria. Y aunque la pandemia ha afectado sus ventas, de lunes a viernes sigue pedaleando hasta llegar a la Margarita, entonar su grito de guerra y cumplirles el antojo a los colonos.