Foto reportaje: Édgar Ávila Pérez
Tequila, Jal.- Durante el alba y el ocaso del sol, el color azulado del agave se vuelve más intenso. Los reflejos rojizos del cielo abrazan a los extensos campos agaveros.
Las espigadas hojas de cada mata de agave, sembradas una tras otra en miles de hectáreas, convierten los valles y montañas en un remanso.
Los bellos y coloridos municipios de Tequila, Amatitán, El Arenal, Magdalena, Ahualulco, Etzatlán, San Juanito de Escobedo y Teuchitlán, forman un corredor que impacta la vista y se adentra al alma.
Acá, en Jalisco, se le conoce como el Paisaje Agavero, un baluarte de uno de los procesos culturales que se han desarrollado desde la época prehispánica y el mestizaje, al unir las antiguas formas mexicanas de fermentación con las técnicas de destilación que llegaron del Viejo Continente: tequila.
La belleza de los campos permitieron declararlos Patrimonio Mundial en la categoría de Paisaje Cultural por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Y eso que solo es una parte de la Ruta del Tequila, con su proceso de elaboración de la bebida, pueblos pintorescos, sitios arqueológicos, antiguas casas, talleres ópalo y obsidiana y destilerías.