*Más de 300 años de historia de las primeras monjas Capuchinas: galletas, amaranto, dulces de leche y nuez, obleas de coco, tortitas de Santa Clara, así como dulces de anís…
Jaime Carrera
Puebla, Pue.- En una de las principales vialidades del Centro Histórico de la capital poblana, la gente aguarda, da un sorbo a su café, aborda el transporte público y transeúntes, solos o acompañados, caminan de norte a sur o de oriente a poniente, rumbo a sus trabajos y actividades.
Lo observado en la esquina de la 16 de Septiembre y 9 oriente puede ser similar a lo de otras calles en el corazón de la ciudad: ajetreo social. Pero en este punto exacto, a las afueras de un recinto religioso, hay algo peculiar: la gente entra y sale de una pequeña entrada con las puertas abiertas de par en par que por ratos pasa desapercibida.
Dentro del cuadro de esa cotidianeidad, es cuando emergen momentos precisos: el niño que muerde una concha de chocolate cuyo tamaño es mayor al de su propia cabeza, la señora que bebe atole calientito humeante y la mamá o el papá que reparte dulces típicos a toda la familia: cocadas, galletas, obleas, macarrones y más…
Al interior de la entrada al antiguo convento de Santa Ana y San Joaquín, permanece diariamente una, dos o más monjas Capuchinas, quienes atentamente ofrecen los productos que ellas mismas elaboran y cuyas antecesoras preparan ahí desde hace más de 300 años. Actualmente entre lo más demandado se encuentra el rompope.
Cada que las monjas abren la tamalera al fondo del lugar, emerge el vapor de los exquisitos tamales verde, de dulce, rajas o mole, y justo arriba se pueden leer las palabras “Paz y Bien”, un saludo franciscano que representa una invitación a abrir el corazón a la paz y la fuera interior: una renovación moral y social de los feligreses.
Esto, debido a que los Capuchinos son una orden religiosa derivada de la franciscana, caracterizada por usar una capucha puntiaguda y mantener una observancia rigurosa y estrecha y que, en el caso de Puebla se asentó en esa esquina con la construcción del antiguo convento anexo al Templo de San Joaquín y Santa Ana.
La también llamada iglesia de Las Capuchinas, es conocida además de su oferta culinaria, porque en su interior se venera al “Niño Cieguito”, una imagen religiosa traída desde Michoacán y que cuenta con decenas de miles de devotos en Puebla capital y el país y que, hasta la fecha, cada 10 de agosto, recibe a sus fieles creyentes.
Los vastos platillos que tuvieron origen en los grandes conventos de México o que durante siglos se ha mantenido su elaboración en las amplias cocinas de esos recintos, hoy es parte de una herencia culinaria invaluable y que adquiere un sazón y sabor particulares, al ser preparadas, en este caso, por monjas como las Capuchinas.
En ese lugar la oferta incluye galletas de diferentes formas hechas a base de maíz con mermelada o de nata; amaranto, dulces de leche y nuez, obleas de coco, tortitas de Santa Clara, así como dulces de anís, de tamarindo y churritos de maíz con y sin picante. Pero también se vende miel y extracto de maguey elaborado por otras religiosas.
De acuerdo con datos de religiosos en Puebla y de literatura que aborda la historia de iglesias, el templo de San Joaquín y Santa Ana se fundó en 1703 –aunque hay otras referencias que fue cuatro años atrás–, luego de que Doña Ana Francisca de Córdoba y Zúñiga, hospedó a las primeras Capuchinas que llegaron a México en aquella época.
Hoy después de más de 300 años de historia, continúa el legado culinario de las primeras monjas Capuchinas que se asentaron en Puebla, y es común ver afuera o en los alrededores del templo y el antiguo convento, a gente degustar un delicioso tamal con champurrado o darle una mordida a una de esas inmensas conchas de chocolate o vainilla.