Puebla: “No me preguntes cómo pasa el tiempo”

*Toda Puebla es un deleite para todos los sentidos humanos

Rodolfo Mendoza

Puebla, Pue. – Se suele decir que después de la tormenta viene la calma y en el caso de Puebla así fue. El valle de México empezaba a poblarse y luego de una serie de disputas entre indígenas y españoles, les fue concedido a un grupo de estos buscar extender sus dominios hacia lo que hoy conocemos como Puebla. Los registros que sobre la ciudad se tienen son exactos (mención aparte merece su enorme tradición bibliófila), ya considerando a Puebla de los Ángeles como ciudad, y el 16 de abril de 1531 Julián Garcés, Obispo de Tlaxcala, realizó los primeros asentamientos gracias a —cuenta la leyenda— una indicación de los propios ángeles. Estamos a una década de celebrar los 500 años de su fundación, pero en este 2021, con todo y las adaptaciones y transformaciones que ha sufrido el mundo, caminar por esta ciudad es ver el rostro de la historia. Puebla, con sus 490 años, pareciera decirnos, citando al gran poeta José Emilio Pacheco: “No me preguntes cómo pasa el tiempo”.

El estado de Puebla es de esos excepcionales casos en México en donde cultura e industria han ido de la mano desde mucho antes de la llegada española. A través de la prueba de Carbono-14 se ha determinado que los cultivos de maíz más antiguos en la zona datan del 6500 a. C.  La tradición económica y cultural de Puebla viene de lejos, decíamos, no sólo el cultivo de maíz fue de los primeros hallados en la región, sino también de camote, producto que le ha dado fama y renombre a Puebla. La tierra fértil en la región de Tehuacán, el valle de Atlixco y la zona Puebla-Tlaxcala hicieron de este estado, durante el virreinato, el primer productor de cereales del país, y ya en el siglo XVII se exportaba trigo y harina al Caribe y casi toda Centroamérica. Las en otros tiempos grandes ciudades (Cholula, por un lado, que vio su esplendor en el siglo VIII d. C., y poco más tarde Cantona como relevo comercial de Mesoamérica) fueron reivindicadas, siglos después, por Puebla, ciudad en la que su crecimiento en población y comercio fue a la par. No sólo se construyeron cientos de molinos para abastecer la producción de cereales, sino que al mismo tiempo prosperó la cría de ganado, sobre todo el lanar, y así la industria textil. Sin embargo, hay que anotar que, al ser una ciudad con una enorme producción en agricultura, ganado y telas, hizo que creciera la talabartería, los utensilios de cobre y la elaboración de herramientas para el campo y para el resto de los productos. Ya se sabe que no hay desarrollo comercial si no existe un desarrollo social y uno cultural, de esta manera las grandes construcciones coloniales —que seguimos apreciando hasta hoy— fueron acompañadas de la creación de arte y el perfeccionamiento gastronómico, que es otra de las maneras del arte cuando hablamos de Puebla. La elaboración de dulces, el mole y los chiles en nogada han sido motivo de libros y documentales, así como su célebre artesanía y, por supuesto, la talavera.

Su incomparable ubicación geográfica, al estar entre el puerto de Veracruz y la capital del país, y su enorme desarrollo cultural, social, artístico y económico, hizo que apenas terminada la Independencia se le diera el rango de estado a Puebla, con territorio específico el 21 de diciembre de 1823.

Hablar de Puebla en el mundo indígena, en la conquista, durante la colonia, en la Independencia, en la Revolución, en la industria y la cultura en el siglo XX, es detenerse en la historia de uno de los estados más importantes del país. Puebla toda es un patrimonio cultural, toda Puebla es un deleite para todos los sentidos humanos pero, sobre todo, mantiene el espíritu de comunidad y la guía —si le creemos a la leyenda—, de que solo los ángeles pudieron señalar la ubicación de un lugar tan preclaro para fundar a Puebla.

 

 

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