*La comunidad de La Fuga de Don Porfirio se desenvuelve entre la camaradería gracias a Paco, el amigo, el camarada, el amigable cantinero
Jaime Carrera
Puebla, Pue.- Un juego de luces neón acapara la mirada distraída del bohemio que busca un lugar para conectar con su realidad o con las realidades de otros. Pide una cerveza, helada, de esas que humectan los labios y cada gota es un esbozo de la saciedad total de un deseo, del sopeso de una relación fallida o el eterno adiós hacia la gente que se ama, pero no se olvida.
Las notas musicales emergen de un pequeño local donde hay comunidad y comienzan a inundar de ritmo la calle que divide el norte del sur: allí, en La Fuga de Don Porfirio, los fieles amigos chocan las copas, conversan, debaten y construyen una camaradería que sí, a veces resulta extraña, otras más, inexplicable, pero que es única y todos lo saben.
En una de las pocas cantinas que aún sobreviven en el centro de la ciudad todo puede ocurrir, pero algo es seguro: visitarla es sumar a la vida una sensación de emoción y de paz, donde confluyen las ideas, la gente se conoce y se reconoce a sí misma como parte de un todo y de la nada a la vez. Asistir a ese tradicional es una experiencia sensorial.
Son esas andanzas de caminar el centro: conocer los barrios con sus calles empedradas, visitar los sitios de culto y sus parques, pero también los lugares en los que se reúnen los amigos para entablar largas conversaciones, compaginar en un franco silencio o gritar la porra más creativa mientras se observa fijamente a 22 seres patear un balón de un lado a otro.
Todo eso ocurre en el mismo lugar y uno de los principales protagonistas es un hombre detrás de una barra levemente iluminada por esas luces neón que atraen a propios y extraños. Su nombre, el de antes: Juan Francisco. O el de ahora: Paco. El de siempre: el amigo, el camarada, el amigable cantinero de La Fuga de Don Porfirio siempre dispuesto a escuchar.
Ahí, frente a él, la gente mira los cuadros, máscaras y colecciones de objetos de Puebla y el mundo donados por sus clientes que adornan las paredes, estantes y vitrinas, y de pronto suena la rocola: Lola Beltrán, Javier Solís, Jorge Negrete, Pedro Infante, José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas… “¡Y en el último trago nos vamos!”, pero no, nos quedamos y ahora suenan las cuerdas de la guitarra.
Y en una pequeña tarima se acomodan los músicos, recomendados por los viejos conocidos que ya pisaron ese lugar como parte de una escena de contracultura local y hasta internacional que le ha recibido a más de 200 artistas; bohemios que, en algunos casos, distraídos, fueron atraídos por esas luces neón que avistan un conjunto de distintas realidades.
Don Porfirio Díaz; los orígenes, música, fútbol y lo personal
Los mitos y leyendas se esparcen en los alrededores del Edificio Carolino y han sido una de las fortalezas comerciales para que el local tenga una de las historias más emblemáticas: la fuga de Porfirio Díaz el 20 de septiembre de 1865, cuando ese inmueble era usado como edificio militar.
La historia cuenta que del recinto hoy universitario en la 3 oriente esquina con la 4 sur se fuga Don Porfirio Díaz, tras estar a manos de los franceses luego de ser aprehendido en Oaxaca, en contraesquina, en donde hoy se encuentra la cantina, hubo en su momento caballerizas.
Ya en la actualidad y después de 12 años desde que Paco y su hermano tomaron las riendas de La Fuga de Don Porfirio, el negocio ha revolucionado la forma de ver el mundo de este cantinero que se encuentra enormemente agradecido con cada cliente que ha visitado su negocio.
Paco ha sabido cómo mantener vigente el establecimiento en medio de una vorágine de bares, pubs y antros con un boom que amenaza con desaparecer a las tradicionales cantinas de las calles de los primeros cuadros de la ciudad: pero él sigue, allí, resistente detrás de su barra.
La Fuga de Don Porfirio fue una extensión de La Pasita, la anterior dueña, la maestra Angélica Contreras tuvo a bien abrir una sucursal sobre la avenida Juan de Palafox y Mendoza, de cuyo origen hoy sólo queda como recuerdo la venta de la típica bebida poblana: la pasita.
Del Paco burócrata, queda poco, pero del exservidor público hay mucho: atiende a públicos tan variados con cambios generacionales que siempre suman al constructo que representa la cantina y aunque al principio todo parecía perfecto ha habido episodios contrastantes.
Francisco ha sido testigo de la esencia del ser humano y cómo a pesar de la diferencia de edades y gustos siempre se puede entablar un diálogo al calor de las copas. La Fuga ha sido centro de debate de todo tipo de temas: filosóficos, psicológicos y de amores perdidos.
Después de ser un lugar para admirar el fútbol, la cantina comenzó a tomar otro rumbo y ser el escenario para los músicos poblanos que a su vez trajeron a otros compañeros y estos invitaron a cada vez más bohemios de otros estados e inclusive de otros países.
Con un peculiar feeling un amigo de Paco: Adal Hernández, se vio cada vez más inmerso en la agenda de músicos para La Fuga. Anteriormente docente, el hombre transformó su estilo de vida, estudió otra carrera y adecuó su formación al ámbito artístico.
En el lugar la música y el fútbol siguen formando una relación junto con pegado, y si bien el artista se siente intelectual y lo que pareciera burdo lo evade, los recuerdos y los orígenes de muchas bandas se generaron allí: en el césped de las canchas de la escuela.
-¿Qué le dirías al Juan Francisco de antes, qué le dice Paco a Francisco después de 12 años de La Fuga de Don Porfirio? “Sigue confiando en la gente que está a tu lado, preocúpate más por tu entorno familiar, por el entorno social, no dejes de preguntarte a ti mismo y a los demás: cómo estás, qué necesitas, aquí estoy, aquí está mi mano: mi plática.
Después de 12 años Paco asume el cambio que La Fuga de Don Porfirio le ha dejado, al ser un ser que busca aportar a los demás y que, por momentos, se arrepiente del tiempo perdido con los suyos, pero al final se reconstruye, reafirma sus objetivos y prioriza lo más importante: la familia.