*El museo está adscrito a la Asociación de Veterinaria de Réptiles y Anfibios y busca acabar con los mitos negativos en torno a los animales más venenosos, pegajosos o peludos
Jaime Carrera
Puebla, Pue.- Dentro de la jungla de asfalto, en una antigua construcción, reptiles, anfibios y artrópodos conviven de forma natural con un grupo de personas apasionadas de la naturaleza, que se han puesto como misión en la vida preservar algunas de las especies animales más peligrosas y poco entendidas del mundo: serpientes, sapos, tarántulas y cocodrilos.
Ingresar al inmueble de la 7 oriente número 211 en el Museo Viviente, en el corazón de la ciudad de Puebla, es toda una aventura extrema, el color de sus salas y la ambientación apegada al hábitat de más de 70 especies transporta a los exploradores y curiosos a una visita en la que con un simple parpadeo se puede perder del impresionante comportamiento animal.
Hace nueve años, un grupo de personas imaginó un proyecto que permitiera generar consciencia sobre el valor de la fauna difícilmente comprendida, esa que es satanizada por lo riesgoso que puede ser su contacto en la vida silvestre, y después de casi una década, el Museo Viviente va por esa ruta: ha roto paradigmas y cambiado la perspectiva sobre estos animales.
Cuando Juan Carlos Gómez Juárez, gerente del Museo Viviente, habla de su trabajo al frente de ese recinto ecológico-cultural, la magia brota: su vasto conocimiento y respeto por los animales es una herencia de sus abuelos, de quienes recuerda los tiempos de convivir en el campo con todo tipo de especies y variedades, las cuales solía observar detenidamente.
El museo está adscrito a la Asociación de Veterinaria de Réptiles y Anfibios y busca acabar con los mitos negativos en torno a los animales más venenosos, pegajosos o peludos que existen, mismas especies que una a una observan a las personas que acuden allí, y aunque los caracteriza su inexpresiva forma de ser, agradecen el respeto de los visitantes.
En una temporada regular, sin una pandemia, el Museo Viviente ofrece cursos y capacitaciones, y con los más pequeños promueve la educación ambiental que representa una esperanza de un futuro mejor para esos y otros animales cuyo principal depredador, el ser humano, no coexiste entre ellos, sino que se entromete en la naturaleza de las cosas.
Actualmente en el lugar se pueden observar a un cocodrilo, caimanes, lagartos, sapos, salamandras y ranas, así como serpientes, de las cuales destacan cuatro ejemplares decomisados por la Profepa y están en resguardo del Museo, de una especie del estado de Chiapas que llevaba cinco décadas de no verse en su hábitat en los bosques nublados.
La palabra correcta para definir al museo es herpetario: instalación destinada a la cría y exhibición de reptiles y anfibios, normalmente en terrarios o en vivarios, pero para Juan Carlos y el equipo de colaboradores es más que eso, es un hogar. La casa donde todos los días se esfuerzan por darles la mejor calidad de vida a esos animales verdes y escamosos.
Caminar en el sitio de principio a fin, es adentrarse en la forma más cercana a la vida de los animales que habitan cada uno de los espacios: una serpiente saca su lengua, otra se enreda en troncos o ramas; los sapos y ranas brincan de aquí para allá y otras especies más, serenas, incitan a la tranquilidad en medio de un peculiar y llamativo silencio.
“A pesar de que no son animales tan carismáticos como una ave o los mamíferos, pues no tienen esas dependencias o emociones, si el animal está contento no te va a mover la cola, si el animal tiene hambre te puede morder porque tiene hambre, pero si llega a haber ese cariño hacia algunas especies”, explica la persona encargada del sitio.
Como todo herpetario que labora en términos apegados a la ley, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) vigila que todo marche bien y, sobre todo, que los animales en el lugar estén bien cuidados, alimentados y que sean sumamente apreciados.
Por eso, el llamado del personal del Museo Viviente a la población en general es a no adquirir especies silvestres de manera irregular, pues además de incurrir en un delito, exponen a que los réptiles, anfibios y arácnidos tengan una mala calidad de vida, debido a que cada animal requiere de cuidados y capacitación de manejo previo para garantizar su salud.
“Lo que se pierde es una vida, no hay cómo poder valorar o dimensionar una de estas pérdidas, a todos nos ha tocado esta parte de entrar en conflicto y echarte incluso culpas de la perdida de los ejemplares, porque luchas día a día porque el animal esté bien, por sacarlo adelante, porque tenga una vida digna, son duelos que se tienen”, concluye.