Guadalupe Juárez
Cuetzalan, Pue.- En Cuetzalan y los municipios aledaños no hay parroquia que no esté llena de veladoras, cirios, adornos y figuras religiosas de cera de abeja melipona.
Las piezas que emulan a los encajes de un vestido son encendidas en las ferias patronales y forman parte de las costumbres mestizas e indígenas, arraigadas después de la conquista española.
Pero se conservan gracias a un hombre: Eugenio Méndez Nava, un artesano que montó su taller en la junta auxiliar del municipio de donde es originario, San Andrés Tzicuilan. Ahí, se encargó de preservar el oficio hace 74 años, cuando empezó a enseñar su técnica a niños y jóvenes hasta que falleció en 2018.
Sus conocimientos, siguen pasándose -como él quería- de generación en generación y los concursos de cerería a los que antes él asistía, ahora van sus discípulos a participar.
Cuando Eugenio tenía 25 años, se dio cuenta que la cerería estaba a punto de perderse, porque los únicos que sabían hacer las piezas ya eran muy ancianos, si ellos morían, nadie en su comunidad podría continuar con esa tradición.
Por eso, decidió rescatar el oficio e imprimirle su sello, que ha caracterizado a su taller a lo largo de los años, hasta convertirlo en uno de los más conocidos y visitados por turistas.
Las estructuras que se fabrican ahí tienen relieves y detalles escultóricos, que le da una forma tridimensional, poco común antes de que él se dedicara a la cerería.
En ocasiones, para darle brillo y profundidad, colocaban papeles lustre como forro y para formarlas hacen uso de moldes prefabricados, que se ajustan depende de los pedidos que les hacen.
Eugenio explicaba que las ceras llamadas cirios de mayordomía estaban integradas por siete símbolos, tres por la Santísima Trinidad representada por una vela al centro con mayor altura, más cuatro velas alrededor que representan los cuatro puntos cardinales, el círculo en horizontal era el mundo y un círculo vertical representa al universo.
Depende de la festividad y del santo al que celebren, la imagen al centro del cirio será diferente. Ya sea una virgen, un Cristo o un santo ubicado al centro.
Las piezas que crean ahora los talleres de la región llegan a Zacapoaxtla, Jonotla, Teziutlán, Xiutelco, la capital poblana. En algunos casos a los estados de Veracruz, Estado de México y Oaxaca.
El taller donde creó piezas únicas y reconocidas por los diferentes órdenes de gobierno se ubica en la Calle Adolfo López Mateos número 376 en San Andrés Tzicuilan, Cuetzalan.
En el lugar no sólo se puede observar cómo mantienen vivo el legado de Eugenio, sino mantienen piezas en exhibición como si fuera un museo.
Eugenio nació el 13 de julio de 1946 y murió el 1 de septiembre de 2018. Sólo había estudiado la primaria y a los 14 años de edad, decide convertirse en artesano, para ayudar a su familia, pero también para difundir la cultura de su comunidad.
Empezó con figuras miniaturas labradas en madera, textiles, también hizo penachos de quetzal, hasta que encontró en la cerería un futuro, al cual le dedicó el resto de su vida.
Antes de fallecer era considerado el “Tesoro Viviente Poblano”, fue ganador del Premio Nacional en 2016 y era un hombre respetado por la comunidad.
La materia prima
En Cuetzalan la abeja melipona abunda, sobre todo en ollas de barro, colocadas en los traspatios de algunas casas, donde las preservan para obtener su miel, más en los meses de abril, mayo y junio.
Además de la miel que producen “las abejas chiquitas” -como se les conoce- con ellas también se fabrican productos de higiene personal y cosméticos, lo cual ha detonado la economía de grupos indígenas que se han organizado en una cooperativa para producirla y repartir por igual las ganancias.
La cera es aprovechada por otras comunidades para hacer piezas de arte, que más tarde adornarán otros templos e iglesias en Puebla.